Capítulo Uno

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Capítulo dedicado a csoridal porque lleva semanas y semanas aguantando mis fangirleos sin una queja, sino que fangirlea mil veces más conmigo. Espero que cumpla con tus expectativas, amiga 😏🔥

(Canción: I Knew You Were Trouble de Taylor Swift)

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Escucho un murmullo robótico que se cuela en la neblina de mi sueño. Intento hacerle caso omiso y seguir durmiendo, pero al volverlo a escuchar, parpadeo un par de veces, despertándome.

—Pasajeros, abróchense sus cinturones, plieguen las mesas y pongan sus asientos en posición vertical debido al aterrizaje —vuelve a hablar la voz de un hombre, ligeramente robotizada.

Me estiro como puedo en el reducido espacio que supone el asiento del avión antes de hacer todo lo que ha indicado el piloto. Guardo mi libro y la bolsa de patatas en la mochila antes de plegar la mesa, vuelvo a ponerme las botas, me abrocho el cinturón y coloco el asiento en posición vertical. Apoyo de nuevo la cabeza en el respaldo y todavía con la música sonando suavemente por los auriculares, cierro los ojos.

En tan solo unos minutos siento la sensación de caer en picado recorrerme de pies a cabeza, notando ese cosquilleo extraño en el estómago al momento previo a cuando la montaña rusa desciende hacia la empinada bajada. No necesito ni abrir los ojos para saber que queda poco para que aterricemos en tierra.

Subo el volumen de la música, aislándome por completo de todo y todos.

Sin previo aviso y tomándome con la guardia baja, el avión se sacude por completo cuando, supongo, las ruedas tocan el suelo. Paro la música en un acto reflejo y soy capaz de escuchar el estridente chirrido de las ruedas contra el asfalto de la pista. Abro los ojos y me encorvo un poco para ser capaz de ver a través de la pequeña ventana.

El cielo está encapotado por completo, dándole un aspecto gris, muy distinto a como era en Málaga. Siendo invierno debería de ser normal que pareciese que está a punto de llover, pero en comparación al sol que reinaba en el otro lado, es llamativo el cambio.

Me fijo también en el edificio que doy por hecho que es el aeropuerto, solamente con verlo sé que es, mínimo, el doble de grande que el aeropuerto español. El nombre de la capital irlandesa descansa sobre el techo plano, resaltando sobre el fondo gris en comparación a su blancura.

—¿Necesitas que te baje la maleta?

Aparto la vista del exterior ante la pregunta. Una mujer, alrededor de la edad de mi madre, me mira con curiosidad mientras coloca las maletas que ha bajado encima de su asiento.

—N-No hace falta —me obligo a responder.

—¿Segura?

Trago saliva y asiento con la cabeza. La mujer no parece estar demasiado convencida con mi respuesta, pero lo deja pasar.

Asomo por encima de los asientos la cabeza, dándome cuenta de la larga fila que hay por delante y por detrás de mi asiento. Opto por volverme a sentar y esperar a que pase toda esa gente antes de atreverme a bajar la pequeña maleta, con mis dos cámaras de fotos y el ordenador, del compartimento superior.

Luego, tendré que ir a la cinta para recoger las otras dos maletas de ropa, pero ahora no voy a tener la ayuda de papá y Enzo para llevarlas.

«Va a ser divertido hacerlo sola».

Al cabo de veinte minutos, ya estoy andando alrededor de pasillos cristalizados en dirección a la zona de recogida de equipaje. No sé muy bien dónde queda porque los carteles están escritos en un idioma que no entiendo y eso que yo pensaba que el inglés era complicado.

Un inesperado amor | 2Donde viven las historias. Descúbrelo ahora