Capítulo Treinta y Cuatro

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Capítulo dedicado a @whos__mar, tendré que poner todo mi esfuerzo en que después de Rysther sigas creyendo en el amor (y no te cortes una teta, que eso también es importante) 😇✨

Feliz cumpleaños a @lisbeth_jmnz_08 <3

(Canción: Ho Hey de The Lumineers)

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Desvío la vista de las farolas que iluminan tenuemente las calles de Sandyford, a pesar de ser pasadas las seis, cuando escucho la puerta de los asientos traseros cerrándose de un portazo a mi lado.

Por el rabillo del ojo me fijo en como Ryu se arrastra hasta acabar en el asiento de mi lado con Javi siguiéndole muy de cerca. El primero me da un beso en la mejilla mientras que el segundo me hace un gesto con la cabeza a modo de saludo. A estas horas de la mañana, ninguno estamos muy habladores.

Vuelvo a apoyar la cabeza contra el cristal, con una mano bajo el mentón para hacer de soporte.

Deleitándome en silencio de las vistas.

Con su característica singular, no importa cuánto hayamos avanzado, el verde no deja de aparecer frente a nosotros.

A veces, de manera puntual y otras manifestado en grandes explanadas de bosque, con altos troncos y frondosas copas, engullendo por completo a quien quiera que se atreva a adentrarse en ellos. Si tuviera la cámara a mano, habría sacado varias fotos ya del paisaje. Sin embargo, he decido guardar la batería para cuando lleguemos a nuestro objetivo: los Acantilados Moher.

Ante el zarandeo suave sobre mi hombro, aparto los ojos del pequeño huerto cercado con vacas en su interior para encontrarme a Ryu pendiente de mí.

—¿No estás incómoda así? —cuestiona, enarcando una ceja ante mi postura extraña.

Siendo sinceros no es la cosa más convencional del mundo y estoy segura de que terminaré con una tortícolis que tendré presente el resto del viaje, pero el espacio es reducido, estoy cansada y he decidido que el dolor de cuello será un problema que la Esther del futuro tendrá que solucionar.

—Un poco. —Me encojo de hombros y le ofrezco una pequeña sonrisa para tranquilizarlo—. Tampoco es algo a lo que no esté acostumbrada. Es lo que tiene los viajes en coche.

Mi explicación no parece suficiente para él, que frunce el ceño, observándome de arriba abajo, analizando mi decisión en silencio. Casi, juraría, juzgándola.

—Estoy bien —repito, captando su atención—. Intenta dormir algo antes de que lleguemos.

Coloco el codo en el borde de la puerta para usar el brazo de almohada y comienzo a dibujar figuras sobre el vaho de la ventana formado debido al alto contraste de temperatura. El frío no parece querer irse todavía, aunque ya estemos en primavera.

No pasan más de dos minutos, cuando vuelvo a sentir que me zarandean por el hombro. A sabiendas de lo que me voy a encontrar, clavo los ojos de nuevo sobre mi novio que, en silencio, me ofrece la bola que ha hecho con su sudadera, quedando él solo en camiseta.

—Úsala de almohada —me aconseja sin dejarme rechistar.

—No hace falta. A ti te va a dar una hipotermia así —digo, apartando la ropa de mi lado y acercándosela a él.

—Saoirse tiene la calefacción altísima. Esto parece más una sauna que un coche. —Mueve la sudadera en mi dirección, frunciendo los labios en una línea recta—. Iba a quitármela de todas formas. Al menos así le das uso.

Un inesperado amor | 2Donde viven las historias. Descúbrelo ahora