Capitulo 7

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Me revuelvo sintiendo que el cuerpo me pesa toneladas. Entierro mi rostro en una mullida almohada y aspiro un agradable aroma masculino. En medio de ese estado estuporoso en el que me encuentro cuando apenas estoy despertando, empiezo a recordar partes de lo que fue mi día anterior y la imagen de unos ojos verdes brillantes como neon viene a mi, haciendo que abra los ojos de inmediato y me siente en la cama sintiéndome un poco desconcertada. Había estado esperando a que Dominic regresara por quien sabe cuánto tiempo y no me di cuenta en que momento el cansancio me ganó y me quede dormida. Ahora la habitación esta en penumbra.

-Creí que no despertarías nunca-. Su voz parece provenir de todas partes a la vez.

-Yo...-. No se que decir.

-Debes tener hambre-. Dice cuando se da cuenta que no seguiré hablando y la luz blanca se enciende de repente haciéndome parpadear rápido intentando adaptarme a ella.

-Deje tu cena sobre la mesita de noche-. Está de pie con la espalda baja recostada en el borde de la encimera de la cocina, sus brazos están cruzados al pecho, igual que sus piernas a la altura de los tobillos. Tiene puesto el mismo jean azul claro y la misma camiseta blanca lisa con la que salió antes de que decidiera tomar un baño.

Volteo a ver hacia la mesita de noche y me encuentro una bandeja que tiene un plato con comida y un vaso con lo que parece ser alguna clase de jugo de fruta de color amarillo. El tamaño del filete asado que hay en el plato es de no creer, lo ocupa casi todo, además hay algunas verduras hervidas que no lucen apetitosas, pero mi estómago no está de acuerdo y empieza a gruñir.

-Come, porque después tu y yo hablaremos largo y tendido, Hilary Somers-. Advierte.

Mi mente, aún adormilada, se esfuerza por recordar cuando fue que le dije mi nombre y no lo recuerdo, porque no se lo dije.

-Tomamos tus huellas del auto-. Dice, como si me hubiera leído la mente. <<¿Los licántropos pueden leer mentes?>>. -Te llamas Hilary Amanda Somers, 26 años, padre fallecido hace cinco años por cáncer de pulmón, madre fallecida durante tu nacimiento. Eres dueña del taller de autos que heredaste de tu padre y, a juzgar por el saldo de tu cuenta bancaria, estás a puertas, sino es que ya estás en bancarrota-. Mis dientes se aprietan. ¿Quien le dio permiso de meterse en mis asuntos?.

-¿Algo más?, ¿la fecha de mi último periodo?, ¿la talla de mi sostén?-. Me quedo mirándolo fijamente.

Su risa grave y sexy me saca de casillas.

-Según mi experiencia debes ser un 34 B, o quizá C-.

Hago rodar mis ojos. Maldito presumido de mierda.

Tomo la bandeja y la dejo sobre mis piernas para empezar a cortar trozos del filete que, no lo admitiría ni a golpes, pero está delicioso. Las verduras resultaron no estar hervidas sino salteadas en aceite de oliva y aderezadas; también tienen muy buen sabor.

Mientras comía Dominic hizo preguntas. Quizo saber como conocí a Marcus Tremblay y todo lo que sucedió desde ese momento hasta el día de la carrera. Se lo dije todo, no tenía sentido guardarme absolutamente nada, incluso le hablé de Jaz, porque nada me quita de la cabeza que el maldito tiene mucho que ver en lo que sucedió.

Dominic se levanta y camina hacia mi, su andar es seguro, confiado, como el de alguien que sabe que tiene el sartén por el mango en todo momento. Se sienta a los pies de la cama y me pasa un teléfono que trae en la mano.

-Solo para estar seguros, este es el mismo Marcus Tremblay del que hablamos?-.

Bajo la mirada al teléfono. En la pantalla está Marcus Tremblay con el cabello un poco más largo y atado en una coleta, pero es él.

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