CAPÍTULO 6: ICEBERG

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17 de julio. Ocho años atrás.

Para mediados de julio, el verano se encontraba en su máximo esplendor y sumado a cincuenta adolescentes dando vueltas por toda la casa, con vasos de alcohol en la mano, el aire se volvía caliente y pesado; o por lo menos es cómo un hombre mayor sentía envuelto en cuerpo escuálidos, ebrios y sudorosos.

Sus ojos viajaban por el jardín, buscando la única silueta que le interesaba ver antes de emprender su breve viaje; uno que implicaba una separación forzada. Aunque en general, hacía unos meses que cada separación pesaba cada vez más.

Del otro lado de la piscina, corriendo entre los altos arbusto y perdiéndose de su línea de visión, por fin pudo localizar a la chica que se encontraba buscando desde hacía más de diez minutos; así que, sin pensarlo dos veces, rodeo a paso apresurado la gran alberca y se metió por el sendero donde la había visto desaparecer segundos antes.

No le tomó mucho tiempo encontrarla, ya que ella estaba de cuclillas detrás de un grueso roble, tratando de esconderse de sus compañeros de juego.

- Aquí estás –susurró detrás de ella, haciendo que la chica gritara de miedo y se cayera a un lado apenas logrando sostenerse hacia atrás con sus brazos, inclinando así la cabeza para mirarlo molesta.

- Maldita sea, casi me matas de un susto –susurró ahogada con una mano en el pecho y la otra todavía sosteniéndola en el pasto.

- Tengo que irme, tus padres ya lo saben –le dijo mirándola a los ojos, sin pasar por el alto la pizca de decepción en su mirada celeste.

- Es mi cumpleaños, dijiste que estarías aquí –le reprochó levantándose rápidamente del suelo para quedar parada frente a él.

- Ya no es tu cumpleaños, literalmente. Es media noche, así que he cumplido mi promesa –le dijo divertido al ver cómo ella hacía mohines mientras él hablaba.

- No es justo –ella se cruzó de brazos.

- La vida no es justa –rió él brevemente- pero tiene peonias –terminó extendiendo un ramo de preciosas flores en diferentes tonos de rosas frente a la chica. Ella ni siquiera se había percatado de que la mano derecha del hombre se escondía tras su espalda hasta ese momento.

- Oh my God, son preciosas –chilló tomando el ramo de flores para posteriormente olfatearlas y gemir ante el delicioso aroma- nunca nadie me había dado flores –susurró sonriendo todavía con los ojos cerrados.

El hombre se quedó fascinado en su lugar, escuchando los sonidos que ella emitía e imaginando cosas que no quería, ni siquiera, admitir ante sí mismo.

- Felices 16, preciosa –le dijo sonriendo. Ella no lo pensó dos veces ante de lanzarse a sus brazos y envolver sus piernas sobre la cintura del hombre frente a ella, dándole un fuerte abrazo, pero siempre cuidando sus bonitas flores de ser maltratadas.

- Eres increíble, gracias –se separó apenas de él para mirarlo a los ojos.

Por un segundo, ambos se quedaron atrapados en sus respectivas miradas de tonos azules y el mundo pareció detenerse. Ella innegablemente enamorada de un imposible y él cautivado por un pecado.

- Te voy a echar de menos –susurró el hombre, aun sosteniendo las piernas de su acompañante sobre su cintura, sintiendo todo el calor que ella desprendía; hecho que casi lo hizo desfallecer.

- Vuelve pronto ¿sí? –susurró ella, cada vez más cerca de sus labios.

- Lo prometo –respondió él de la misma manera.

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