CAPITULO 3: E-MAIL

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23 de marzo. Ocho años atrás.

La adolescente corrió por el largo pasillo del ala izquierda de la gran mansión Dhapunt. Con el corazón roto y los nervios de punta. Ni siquiera ella sabía a qué altura del camino se encontraba en ese preciso momento.

Estaba agitada y desubicada, hasta que su mente pudo enfocarse en un leve sonido que provenía de una de las habitaciones a la vuelta del pasillo donde ella se encontraba.

Pocos pasos después de doblar la esquina, se encontró frente a una de las tantas puertas de estilo victoriano, fuente del sonido que había escuchado anteriormente.

Detrás de ambas hojas de la puerta, el sonido del rock llegó todavía más claro a sus oídos y la hipnotizó al punto de girar el pomo, sin importar quién estuviera dentro de la habitación. Una imprudencia típica de la menor de la familia.

She's got eyes of the bluest skies

As if they thought of rain

I'd hate to look into those eyes and see an ounce of pain

Se escuchaba la voz del destino. Siempre el destino.

Sentado en la cama en la cama con los codos sobre sus rodillas, se encontraba el hombre que había comenzado a invadir sus más oscuros pensamientos hacía unos meses atrás, desde que él acostumbraba a pasar demasiado tiempo con su padre, al punto de ocupar una habitación en su mansión cada vez que llegaba a la ciudad.

Con 15 años, ella sabía apreciar una cara hermosa y un cuerpo enorme. Sin embargo, el hombre frente a ella estaba por muy fuera de sus más grandes fantasías. Ninguno de los chicos a los que ella había besado en el colegio, con cuerpos atléticos y, por lo menos, 15 centímetros más altos que ella, se comparaba con la eminencia frente a sus ojos; ni siquiera el chico cuyas características eran las anteriormente descritas y por el que su padre la había castigado, en cuanto descubrió su romance, llevándola a la histeria y a la habitación de la divinidad.

- Así que ya lo descubrió –afirmó el hombre de forma sarcástica.

- ¿Tú lo sabías? –lo acusó ella con los ojos en rendija.

- Por supuesto –le dio una sonrisa de lado, que hacían mojar sus bragas rosas de conejos.

- Fuiste tú quien se lo dijo, verdad –la chica caminó todavía más, dentro de la habitación de manera, casi intimidante, de no ser por su tamaño y su edad, pensó el hombre.

Whoa, oh, oh, oh

Sweet child o' mine

Whoa, oh, whoa, oh

Sweet love of mine

- No hubo necesidad. No eres necesariamente discreta –él rio levantándose de la cama e imponiéndose ante ella; cosa que casi la hizo retroceder.

- Mi padre no pudo haberse dado cuenta por sí solo. Fuiste tú –lo recriminó.

- Pienso lo que quieras, pequeña máquina de baba.

La mandíbula de la chica cayó al suelo. El hombre acaba de burlarse de ella.

- ¿Cómo es que acabas de llamarme? –jadeó ella ya enfurecida.

- Es lo que parecían tú y tu noviecito en el salón, ayer en la tarde, mientras se "besaban" –remarcó entre comillas- asquerosas máquinas de saliva viscosa.

- Eres... un...

- ¿Un qué? –preguntó él cruzándose de brazos, divertido.

- ¡Agggh! –bufó la menor, dando media vuelta y azotando la puerta tras su salida.

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