CAPÍTULO 32: 25

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16 de julio.

Cuando Scarlett abrió los ojos, lo primero que vio sobre el pie de la cama fue una cantidad, que casi se desbordaba del asiento, de peonías en distintos tonos de rosa, que iban desde el pálido hasta mauve. Justo como nueve años atrás.

Bajando las piernas de la cama, ella emprendió su camino hacia las bonitas flores, las olfateó y apreció un momento antes de girarse hacia la puerta para salir a buscar a su marido; pero no fue necesario. William entró por la puerta de la habitación con una toalla sobre el cuello y escurriendo pequeñas gotas de sudor.

- Buenos días –saludó ella sonriendo.

- Buenos días, mi amor. Quise dejarte dormir unas cuantas horas, mientras estaba en el gimnasio –contestó el hombre acercándose a su esposa para depositar un breve beso sobre sus labios, sin embargo, Scarlett tiró de él para acercarlo a sí misma y darle uno muy profundo.

- Gracias por las flores –susurro, parada de puntillas, todavía sobre sus labios mientras él sostenía su pequeña cintura.

- Es sólo el principio –sonrió el hombre abiertamente.

Scarlett lo miró con ilusión y no pudo esperar a ver qué era lo que el día traería para ella.

La tarde había caído y en el cielo apenas se podían apreciar los fuertes colores purpuras, rosas y anaranjados del tardío atardecer, ya casi por apagarse por completo

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La tarde había caído y en el cielo apenas se podían apreciar los fuertes colores purpuras, rosas y anaranjados del tardío atardecer, ya casi por apagarse por completo. Fue el efecto que esa tenue, e incluso mágica, escaza iluminación, el que hizo que William se perdiera por completo en las delicadas perlas de sudor que brillaban con intensidad corriendo por el contraído abdomen de su preciosa esposa, mientras él sostenía con la mano derecha su delicado cuello y la embestía duro y rápido.

El grito ahogado de Scarlett, junto con sus músculos contrayéndose alrededor de su miembro, exprimiéndolo hasta la muerte,  hizo que él saliera de su ensoñación y volviera a concentrarse en el placer, que ya de por sí, estaba dándole a la mujer poseída debajo de él. William casi perdió el control cuando ella le sonrió pervertidamente mientras su aire estaba siendo levemente restringido, para que posteriormente su sonrisa se convertía en un nuevo jadeo de placer y sus ojos se cerraban por inercia.

Ella maldijo en voz alta, cuando su tercer orgasmo había acabado de atravesarla, y su esposo seguía enterrándose en su interior con ímpetu y pareciendo nunca querer terminar. Así que, con las piernas temblorosas y el cuerpo cubierto de una fina capa de sudor, ella decidió hacer lo único que sabía que volvía loco a su marido, tanto o más que a ella.

Con fuerza, porque la delicadeza había quedado de lado (desde que William la había inclinado sobre la encimera de la cocina y penetrado mientras la sostenía con fuerza del cabello), ella empujó al hombre, que estaba dándole el mejor sexo de cumpleaños de su vida, haciéndolo caer de espaldas sobre el colchón y montándose encima de él, volviéndolo a meter en su interior sin resistencia.

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