17 de julio.
- Antes de que termine la noche –dijo William, apenas tomando aire, después de una intensa sesión de besos húmedos con su esposa- debo darte algo.
- Ya terminó, Will –protestó Scarlett antes de volver a alcanzar los labios de su marido. Este le siguió el beso, por supuesto, saboreando su dulce lengua con sabor a cereza mientras ella sacaba su camisa fuera del camino. Sin embargo, tomó toda su fuerza de voluntad y se retiró por completo, poniéndose de pie. Scarlett gruñó- son como las tres de la mañana –se quejó haciendo pucheros.
- Dios, me casé con una ninfómana –suspiró el hombre de manera dramática, pasándose la mano por el cabello alborotado, haciendo que ella riera divertida.
- Es tu parte favorita –le guiñó el ojo.
Scarlett se equivocaba, su parte favorita era, sin duda, verla únicamente en tanga de encaje rosa y con tacones de tiras brillantes sobre las sabanas de seda, justo como en ese instante. O sobre cualquier superficie. O de pie, caminando hacia él como una depredadora. Más, bien, de cualquier manera, decidió por fin.
William despejó su mente, sólo un poco más volviéndose hasta un cajón del buró para sacar un juego de llaves de este y ponerle frente a él.
- ¿Qué es eso? –preguntó Scarlett incorporándose sobre sus codos para, con la escaza luz de la habitación, poder apreciar mejor lo que su esposo trataba de enseñarle.
- ¿Qué parece que es? –contra-preguntó él alzando una ceja juguetona y moviendo las pequeñas piezas que tintinearon al instante.
Poco a poco, Scarlett se levantó de la cama, hipnotizada por la idea que la había asaltado de repente. Aquel particular sonido. Hacía tanto que no lo escuchaba. De repente, sus manos comenzaron a temblar y estuvo a punto de soltarse a llorar cuando, por fin, estuvo a nada de distancia de William, con las llaves frente a sus ojos.
- ¿Qué hiciste, William? –preguntó vacilante.
El hombre sonrió orgulloso –Te conseguí lo más valioso que tenías cuando te conocí, mi amor. Espero que te guste.
Con lentitud. Scarlett llevó sus dedos hasta el par de llaves que sostenía su marido. Largas, de cinco dientes, con impresiones florares y un poco oxidadas. Antiguas y muy peculiares. Las llaves de la casa de los abuelos, en el Gran Este de Francia. La casa por la que Germaz Daphunt había trabajado toda la vida, junto a su dulce esposa. La casa en la que Scarlett había pasado cada verano de su infancia entre toneladas de amor, el calor de la chimenea, los besos de la abuela, las historias del abuelo, galletas y pasteles, hasta que once años atrás, el abuelo había enfermado y se había ido para siempre; no sin llevarse, un par de meses después, a la abuela quien había jurado seguirlo, a donde fuera, incluso a la siguiente vida. La casa que el padre de Scarlett había heredado y que, por consiguiente, sería suya también, de no ser porque era una de las tantas posesiones que, con arbitrariedad le habían sido arrebatadas años antes.
Los ojos de la mujer se llenaron de lágrimas al recordar todo lo sucedido. –Dios- mustió, todavía impactada- no tenías que hacerlo, Will.
- Pondría el mundo de cabeza, si eso te hace feliz, Scarlett. Creo que aún no has terminado de asimilarlo –contestó el hombre antes de besar el dorso de la mano con la que Scarlett no sostenía las llaves.
Ella no pudo más y se echó a llorar. El dolor, los recuerdos y el sentimiento de pérdida oprimían toda su persona, sin embargo, lloraba no solo por eso, sino porque todavía le parecía un sueño tener a un hombre increíble haciendo ese tipo de cosas por ella. Recuperándole un poco de la felicidad que fue suya y le habían robado hacía bastante tiempo. Scarlett tenía tanto miedo de despertar, de que todo fuera una mala pasada del destino, de que William no fuera para ella como tanto tiempo lo había tratado de creer. Maldita sea, pensó, seguramente iba a morirse, si eso sucedía porque ya no sabía qué haría si volvía a quedarse a la deriva una vez más. Pero no le quedaba más que hacer a un lado sus oscuros pensamientos, porque justo en ese instante, estaba siendo sostenida por los únicos brazos en el mundo que podían hacer sentir de esa manera a su corazón, antes completamente en ruinas. Tan cálido, tan protegido y en casa.
ESTÁS LEYENDO
DAGA ROJA
Novela JuvenilLa grandiosa diseñadora Scarlett Dhapunt, que con apenas 24 años de edad, se encuentra en la cima del éxito, está perdidamente enamorada de un hombre que es 14 años mayor que ella, desde que era apenas una niña y no parará hasta darle caza y consegu...