CAPITULO 4

113 12 0
                                    

-Y bien señor Moore, usted dirá en qué puedo ayudarle.


-En nada- me suelta y yo le miro como si hubiese dicho que los perros vuelan- no busco su ayuda.


-¿Disculpe?


-No necesito un loquero, sólo alguien que me escuche.


Cierro los ojos y niego con la cabeza, en mi cabeza escucho gritar "!¿ha dicho loquero?, ¡se ha atrevido a llamarme loquero!"


-Me parece que tiene usted una ligera confusión de términos, yo no soy una ...- hago comillas con las manos-loquera, sino una psicóloga. Los loqueros son los psiquiatras, nosotros ayudamos a corregir conductas, no medicamos ni tratamos trastornos con una base fisiológica sino conductual. Y en cuanto a lo de escuchar...¿por qué no busca un confesor?


-No soy religioso y odio hablar de rodillas, un confesor no me vale.


-Pues no sé...¿es que no tiene amigos?


-Los tengo, pero no quiero que sepan ciertas cosas...- se incorpora y apoya los brazos en sus muslos- ¿nunca ha sentido que quiere contar algo y no encuentra la persona adecuada?


-No- contesto muy segura- tengo muchos amigos y mis secretos no son inconfesables...y si no quiere que le ayude...no entiendo por qué acudir a un bufete psicológico.


Coge aire con fuerza y lo suelta lentamente antes de hablar- sólo quiero que alguien me escuche y sí, algunos de mis secretos son inconfesables, ¿se le ocurre alguien mejor que un profesional preparado para escuchar y que tiene sus labios sellados?


Me quedo muda, nunca pensé en los psicólogos desde ese punto de vista, un profesional capacitado para escuchar, porque en eso se basa nuestro trabajo, y con los labios sellados por un documento que nos impide hablar.


-¿Piensa que no está preparada para ello?


Niego con la cabeza todavía confusa- es que no termino de entenderle.


-No quiero que me entienda, y por lo que pago por su tiempo puedo pedirle lo que quiera siempre que esté dentro de lo ético, moral y legal.


¡Toma ya!, ahora si que me quedo muda.


-Si no se ve capaz... podemos hablar con el señor Maine para que me asigne a otra persona.


Eso me hace reaccionar en el acto.


-¡No!, Erik...el señor Maine me asignó su caso y voy a llevarlo- digo con dignidad, si ahora me doy por vencida nunca conseguiré que me valore y seguirá pensando que no estoy lo suficientemente cualificada. Me niego a tener que esperar más para demostrar lo que valgo. Aunque este individuo se empeñe en hacerme dudar hasta a mí misma.


-Bien, en ese caso no quiero más quejas, ya tiene claro lo que quiero- y tras decirlo se vuelve a recostar en el respaldo del sofá mirándome con autosuficiencia.


Tardo unos segundos en reaccionar y cuando voy a instarle a que empiece a relatarme lo que quiera que haya venido a contar, se escucha la suave melodía que indica el final de su sesión.


De pronto me siento chafada, y tratando de esconder la ansiedad que me puede le informo de que en la primera sesión cuenta con una hora más de cortesía.


-Lo siento- dice mirando su reloj- tendremos que esperar a la siguiente reunión, ahora tengo una cita.


"!Mierda!", escucho como un eco en mi cabeza, "!te vas a quedar con las ganas!"


-Muy bien, señor Moore, como desee.


Nos levantamos, me cede el paso hacia la puerta y yo paso delante de él y me dirijo a ella, pero antes de abrirla me siento en la necesidad de disculparme por lo que le dije en el parque, no quiero que tenga un concepto equivocado de mí y piense que soy una maleducada.

Perdida en tu menteDonde viven las historias. Descúbrelo ahora