Cuando llamo no puedo evitar que mi corazón repiquetee enloquecido. Escucho ladrar a Niebla y después él mismo me abre la puerta, lo que me sorprende gratamente.
-Hola- le saludo. Por un instante me mira de arriba abajo, pero en décimas de segundo su expresión cambia, frunce el ceño ligeramente y clava su mirada en mis ojos, como si no existiese más que mi cabeza en mí y al instante sé que se debe al color de mi vestido.
-Hola, Kalanie- contesta sin apartar sus ojos de los míos para después cederme el paso.
Al entrar el aroma a especias inunda mis fosas nasales, pienso en los dichosos maholikis esos y al instante se me revuelve el estómago.
-¿Estabas cocinando?- pregunto siguiéndole hacia la cocina donde Mili se ocupa del postre. Ambas nos saludamos, yo con afecto y ella con esa manera extraña de demostrarlo.
-Sí, pero ya solo queda que se terminen de hacer al horno- contesta metiendo le bandeja en él- Mili en veinte minutos lo apagas y lo dejas reposar antes de servir.
La mujer le dedica una de sus miradas de "me importa un comino" a las que estoy empezando a acostumbrarme.
-Vamos a la terraza- me dice tras sacar una botella de vino rosado de la nevera.
Le sigo hasta el piso superior y una vez en el rellano le digo que me tengo que lavar las manos.
-Ya sabes dónde está el baño- contesta.
-Sí, el tuyo sí, ¿y los otros dos aparte del de Mili?- añado con ironía.
ÉL me mira y se le dibuja una sonrisita maliciosa en la cara.
-Te diré un secreto...- y acercándose un poco más a mí añade- el mío es el más elegante de la casa.
-Apuesto a que sí- contesto risueña haciendo intención de echar a andar hacia su habitación, entonces él me detiene sujetándome con delicadeza del brazo.
-¿Puedo pedirte un favor?
-Claro.
-Quítate ese vestido, por favor, sabes que no soporto ese color...
-Lo siento es que no he tenido tiempo de pasar por casa...- me disculpo sintiéndome culpable.
-En mi vestidor hay mucha ropa, coge lo que quieras, me da igual... para mí resulta francamente incómodo.
Asiento con una sonrisa tímida y me marcho hacia la habitación, allí busco el vestidor, entonces reparo en una puerta corredera perfectamente mimetizada con la pared, la abro y me quedo muda. Ante mí se extiende una especie de habitación llena de estanterías y barras con ropa, calzado y complementos. Todo perfectamente colocado. Hay un apartado con camisas colocadas por colores de más claro a más oscuro, desde la blanca más inmaculada, pasando por las rayadas, hay salmón, amarillas, distintos tonos de azul, así hasta una negra con la que me encantaría verle puesta. Tras ellas están los trajes y las americanas. Todos perfectamente ordenados también. En otro apartado está la ropa más informal, camisetas, polos, pantalones de sport y cazadoras, entre ellas las de motero, una la blanca y negra que ha lucido alguna vez en mi consulta y otra negra con un símbolo militar en la manga y que reconozco como la que llevaba el hombre que me ayudó ese sábado y que yo confundí con Zack.
Sonrío recordando el contacto de su fuerte espalda contra mi pecho.
Doy una vuelta sobre mí observando todo a mí alrededor.
-Eres un maniático del orden, Moore, no hay duda- digo en bajito al comprobar que todo está colocado con precisión milimétrica.
Decido ponerme una camisa, así que me acerco hasta ellas y paseo mi mano por ellas, cuando llego a una de color amarillo, me detengo. Su tacto es espectacular, así que sin pensarlo me quito el vestido verde y descolgando la camisa me la pongo. La suave tela acaricia mi piel, cierro los ojos, me imagino que son sus manos y se me escapa un suspiro exagerado. Me miro al espejo y sonrío satisfecha. El color amarillo resalta mi piel tostada, me remango las mangas y me la abrocho. Después saco de mi bolso mi perfume y me aplico una buena dosis en el cuello y en el escote.
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Perdida en tu mente
ChickLitKalanie es joven, moderna y desinhibida. ¿Podrá enfrentarse a su primer caso importante dentro del bufete de psicólogos donde trabaja? ¿Quien psicoanaliza a quien? «¿por qué siempre tiene que sacar algo a cambio?, ¿por qué con él todo tiene que se...