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Solía inmiscuirse en la oscuridad de las calles aledañas cuando estaba en sus veinte años

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Solía inmiscuirse en la oscuridad de las calles aledañas cuando estaba en sus veinte años. Era un joven inexperto que usaba la noche como protección porque era incapaz de controlarse al ver algo que le gustaba. Le faltaban pulir muchas técnicas, cazar era un instinto que le había despertado casi al mismo tiempo que su deseo animal. Cazar no significaba mucho más para él que salir en busca de alguien con quien aparearse.

MinGi no sentía placer sexual, al menos no en el comienzo, solo seguía un instinto de preservación, necesitaba hacerlo, necesitaba engendrar hijos que continúen con su linaje, porque solo era un animal, uno que en sus inicios fue descuidado. Él no era capaz de pensar más allá de que su especie estaba en un punto crítico y que dependía todo de él. Su padre y varios otros de su grupo, eran viejos monstruos que ya no tenían la capacidad de reproducción.

Él no sabía que los humanos son muy diferentes a los de su especie, y que no era posible solo unir sus órganos reproductores con los de ellos para procrear, porque el humano, muy al contrario de cualquier especie, necesita un incentivo sexual para lubricarse y aceptar el acto con normalidad, para dejar los músculos relajados, para anhelar traer al mundo un sucesor. O al menos eso había escuchado por algún sitio. Aprendió muy tarde que cuando se profanan los cuerpos de gente que duerme en las calles, no sólo ponía en peligro su salud, sino la de su futura descendencia... Aquella podredumbre del mundo le había costado una de sus ocho extremidades, y no estuvo dispuesto a perder otra, por lo que tuvo que adaptarse muy rápido a nuevas formas de caza.

Cambió las sombras por la luz, y el callejón por un centro deportivo que propiciaba eventos. Los humanos parecían ser animales de costumbres, por lo que no le fue muy difícil llevarse a sus primeros cuerpos. MinGi y su especie tenían a su favor gran parte del apoyo policial, posiblemente por miedo más que por gusto. Las desapariciones terminaban siendo solo eso; nadie nunca sabía qué fue lo que les pasó.

Aquellos años de su juventud habían sido desastrosos, de todas las personas con las que había intentado copular solo dos lograron llevar en su vientre a sus hijos, más no fueron capaces de expulsarlos porque sus cuerpos no eran lo suficientemente fuertes como para soportar tal carga antinatural, muriendo entonces antes de tiempo. Fueron pérdidas dolorosas, pero siguió adelante con otros, siendo más cuidadoso, tomándose el tiempo de oler la carne para saber si estaban enfermos o eran propensos a patologías que afectan a sus planes. Sin embargo, cuanto más años pasaban y se hacía un poco más adulto, menos paciencia conservaba y más selectivo se ponía, era incapaz de siquiera iniciar el acto de preservación.

Pasó de escoger un cuerpo y someterlo a entablar una conversación y mecerlo en seducción, pero solo con aquellos que creía conveniente. Ese era un arte que le costó aprender, pero al parecer, su aspecto físico le beneficiaba y solo bastaron dos palabras para tener a alguien en su cama. Hasta ese punto todo era perfecto, aprendió a besar sin desesperación y a acariciar curvas exquisitas, aprendió el arte del sexo humano solo por necesidad, llegando a sentirse a gusto alguna vez, fingiendo, aparentando y muy en el fondo disfrutando. No obstante, su instinto estaba siempre latente: debía procrear. Era entonces que las cosas se ponían feas, feas para el humano que yacía en la cama con él, porque el terror le consumía al ver a un hombre tan apuesto convertirse en partes en un monstruo de pesadillas Lovecraftianas.

El más apto [YunGi][COMPLETA]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora