Capítulo 48

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ABEL

Me llamo Abel.

Tal vez te estes preguntando quién soy, cómo luzco o de dónde provengo. O..., ¿porqué he decidido aparecer sin previo aviso o invitación? Pero eso no es importante. Y como todas las cosas que merecen una explicación y jamás la tienen, tampoco recibirás una por mi aparición.

Pero descuida... la tendrás. Al final todos tienen lo que merecen.

¿Por qué Lilith no está aquí? ¿Por qué ella no está narrando la historia que tanto esfuerzo le está costando descubrir y aceptar? Bueno, apuesto a que también pensaste en preguntarme eso, ¿cierto? Pero no te responderé.

Ella no está aquí. Pero tranquilo... volverá. Siempre lo hace. Lo más importante es que tampoco nos escucha la niña que vive dentro de su cabeza, y que ha decidido quedarse por tiempo indefinido: LiLith. Sólo te diré que ella me da mucho miedo. Las dos. Ambas son explosivas e impredecibles. Ninguna es manejable o dócil sin sus pastillas.

Tal vez esté mal. Tal vez esté bien. Tal vez no deba contarte cómo esa niña me pone los pelos de punta. Pero así es.

He pasado demasiados años tratando de comprender cómo sucedió. ¿Cómo llegamos a esto? Nuestra vida era normal y plagada de momentos felices, antes de que mi estúpida bondad cometería la peor de las imprudencias. ¿Qué pasó? ¿En qué momento todo se complicó? ¿Por qué no pude presentir lo que él quería hacerle a Andrea? ¿Cuándo lo planeo todo? ¿Por qué me hizo esto a mí?

Preguntas... Preguntas... Demasiadas preguntas que jamás obtuvieron respuesta ni por el mismo atacante, cuando lo enfrente y envié ante la justicia.

Y la verdad, cuando yo trato de llegar a una respuesta, resulta no ser tan clara como la he visualizado. Porque no existe un encuentro sin complicaciones. Porque él era mi hermano, y no quería creer que mi padre hizo añicos sus virtudes para obtener su propio beneficio.

Quería darle una oportunidad. No quise creer el estudio psiquiátrico de los doctores, que visitó obligatoriamente por años mientras su juicio por rapto, violación, tortura y homicidio con maña, alevosía y ventaja, iniciaba en el tribunal de justicia. Fueron veintidós casos en total, si no es que más por homicidios sin resolver, y que jamás pudieron atribuirle por falta de evidencias. Pero ambos (los dos) sabíamos quién había sido. Y entre esos veintidós casos por homicidio en primero, segundo y tercer grado de las víctimas, se le sumó otro más, el veintitrés fue nuestro caso.

Mi esposa, hijos y yo lo acusamos por violación y tortura. Mi Andrea. Mi preciosa esposa que vivía al máximo, y se vestía como se le diera la gana, se convirtió en una mujer cohibida que se dejó vencer por la vejez y la apatía que su corazón sufrió por minutos de tortura, atada a esa cama, en esa habitación a oscuras, y en completa soledad.

La obligué a visitar psicólogos y psiquiatras. Pero dejó de ir cuando se enteró de que estaba embarazada. No podía tomarse los medicamentos que le recetaron. Y aunque nuestra primera impresión fue aturdida por la obviedad de quién era el padre de este bebé, yo me sentí ligeramente feliz, porque sabía que una pequeña parte de Andrea podía recuperarse del infierno que pasó al lado de él.

Había esperanza para los dos. Quienes no estuvieron de acuerdo en preservar la vida del bebé fue el resto de su familia. Porque yo no tenía ningún lazo de sangre más que el suyo, el de mi hermano.

Todos estuvieron informados en todo momento lo que él nos hizo. Sabían quién era, cuándo abusó de mi esposa, y lo que aún nos hacía pasar con su impenitencia. Ellos no estaban de acuerdo en mantener con vida al bebé. Todos sugirieron y votaron a nuestras espaldas, que lo mejor era abortarlo. No querían tener nada que ver con nosotros si conservábamos a la criatura inocente en el vientre de Andrea.

¿Se pueden querer a dos personas al mismo tiempo? [POLIAMOR #1]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora