Capítulo 50

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LILITH

Me gustaría decir que mi padre contestó a la pregunta, que tanto me ha costado admitir que es cierta, fuera mentira, una pesadilla o un malentendido. Una broma pesada o una alucinación provocada por una sobredosis de medicamentos.

Tal vez todo esto lo esté creando mi mente. Mañana despertaré y esto será sólo un mal sueño.

Pero no es así. De ser una pesadilla los dedos de cada mano serían veinte en lugar de cinco. Y en una mano cuento cinco dedos; y en la otra cuatro, si no contamos el pulgar que estoy destrozando con mis uñas, por culpa de mi inminente ataque de estrés que está a punto de armar revuelo e ir en contra de todo aquel que esté en mi campo de visión.

Trato de protegerlos, a todos ellos, del tsunami que está a punto de explotar en mi interior, pero no sé si seré capaz de afrontar mis problemas sin necesidad de gritar o ponerme a chillar en pleno hospital.

Soy fuerte. Eso creo. O al menos trato de serlo. Pero sí estoy aquí, enfrente de mi supuesto padre, haciéndole frente sin rechistar o expresar emoción que delate mi incomodidad, debe ser porque en el fondo soy más fuerte de lo que aparento.

Soy mejor persona de lo que creo. El hecho de que no esté esparciendo verdades con toda la información que poseo... Eso habla bien de mí.

Yo sé que ellos no me quieren, pero no creo que mis tías merezcan enterarse por mí de las barbaries que sus queridos hijos hacen mientras ellos no están en casa. Después de todo, un poco de empatía no está de más en una relación fracturada. Menos si esa persona es la misma víctima en su propio tablero de ajedrez.

Irónico, ¿no? Uno cree que tiene el control de sus movimientos, cuando resulta que jamás fuiste el amo ni de tus propios pensamientos. Incluso hasta piensas que el tablero es prestado; y tus manos: sus manos; y tus piezas: su caridad; y tu contrincante: su adversario.

Fuiste el chiste. Fuiste su marioneta. Incluso aún lo eres sin que te des cuenta.

Debí haber sufrido una crisis nerviosa en algún momento de mi estadía en la Finca de tía Isabel. A lo mejor estoy en camisa de fuerza, y yo ni en cuenta por los medicamentos que me meten a la fuerza en la garganta.

Pero no.

Pestañeo y suspendo la actividad. Pestañeo y suspendo la actividad. Lo hago una y otra vez hasta que me doy cuenta de que la ficción es una rareza presencial para los dementes como yo.

Quizás esté amordazada y atada a una camilla mientras recibo terapia electroconvulsiva. A pesar de que sea un callejón oscuro y un punto sin retorno que cruzar, podría aceptar terapia electroconvulsiva si eso me quita de la cabeza a LiLith.

Pero no.

No estaba drogada o viviendo en una pesadilla durmiente.

Ésta era la vida real.

Ahora entiendo porqué Alicia prefirió quedarse en su mundo de fantasía, en lugar de hacer frente a sus problemas como los demás. La realidad es una mierda, y Lewis Carroll la detalló a la perfección en sus obras.

Y el silencio... Oh, Dios. El silencio fue su respuesta definitiva. Fue como si su secreto finalmente pudiera ser contado abiertamente. Porque, admitámoslo, todos en esta sala saben quién soy o de lo que soy capaz de hacer cuando me enojo.

Soy más peligrosa de lo que aparento. Ni yo sé hasta qué punto llego en grados tóxicos.

—Oh, Cristo —musito, mientras lágrimas de rabia y decepción escapan de mis escuetos ojos, y aterrizan en los fríos mosaicos de este hospital.

¿Se pueden querer a dos personas al mismo tiempo? [POLIAMOR #1]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora