La joven adulta, abogada y devota religiosa Lilith de veintiún años, despierta su sexualidad descubriendo emociones ocultas y avivando la llama de la inocencia que los hermanastros Bianchi Soto despiertan en ella, haciéndole una tentadora oferta que...
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LILITH
«Nuestra Señora de los caminos, te pido en mis viajes que hagas mi sendero santo, seguro, uno tanto justo como hermoso. Que pueda encontrarme en mi viaje con compañeros peregrinos para compartir mis salmos, así como con los quebrantados y desconsolados, que los pueda bendecir en cuerpo y alma.»
Fue un viaje de cuatro horas, pero en veinte minutos estaremos en la villa «Los Girasoles».
Las visitas a nuestros familiares serían más recurrentes, si su odio no fuera el agua constante de su fuente. Dado que nuestros parientes no son devotos, la relación que mantenemos con ellos es desfavorable, porque critican nuestras creencias y valores; en especial, a mis padres, a quienes culpan de mi educación feligresa.
Falta poco para llegar.
Veré las caras de mis tías Isabel, Hilda y Nancy, a sus hijos y a mis sobrinos. Seguramente la tía Noemí no aceptó la invitación de sus hermanas para reunirnos en la villa «Los Girasoles», ya que, al igual que nosotros, es criticada por su familia debido a las decisiones que ha tomado para su vida, pues a sus 43 años no está casada y no tiene la intención de tener hijos. Pero ella decide alejarse de su familia por el bienestar de su paz mental, lo que a mí me gustaría hacer si no fuera creyente de la oración: «Perdona nuestros pecados, así como nosotros perdonamos a los que nos ofenden».
Debes admitir que cada año se vuelve más difícil perdonar, ¿verdad?
«Silencio.»
—¡Llegamos!
Aunque no me guste, son mi familia. Y la villa es una obra de arte: sus tierras fértiles dieron a luz un túnel de árboles, decorados con la planta que bautiza este rincón del mundo como «Los Girasoles».
Sale el sol, y ellos lo siguen.
Mi abuelita, que en paz descanse, fue enamorada por una dotación extravagante de girasoles cuando apenas tenía quince años. Pues, sus tallos firmes y robustos, especiales por su significado pacífico y positivo, fueron el ancla de su matrimonio con su primer esposo (Roberto Baida). Pero cuando él murió, contrajo nupcias con Martín Becerril, quien fue el padre de sus cinco hijas, y aunque falleció tres años después del nacimiento de mi madre, mi abuelita no se volvió a casar.
Tal vez porque le dio miedo repetir su mala suerte con Martín.
«No fue un buen esposo.»
—Ponte el abrigo, hija. Hace frío —me aconseja papá.
Agradezco su atención, así como el haber llegado a salvo a la villa de la tía Isabel.
Cuando murió Roberto, le heredó sus tierras a mi abuelita, quien en su testamento marcó como única propietaria a su hija mayor María Isabel del Carmen Becerril Rangel, donde vive con su actual esposo e hijos.