Después de mucho tiempo, Francesca regresa a un pequeño pueblo en el estado de Washington para vivir con su padre, Charlie Swan. A sus casi dieciocho años, espera tener un último curso de preparatoria tranquilo.
¿Será prudente la presencia de ocho v...
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Recomendación: escuchar Don't Speak de No Doubt.
Dos días después del funeral, Francis se despertó sintiéndose extraña, pero no hizo caso y volvió a su rutina normal. Exceptuando el hecho de que Adam no se levantó de la cama en ese tiempo. Dakota seguía triste, pero igualmente retomó su rutina. Las chicas no presionaban al pelinegro, no le pedían hablar o levantarse, le dieron su espacio y se encargaron de que al menos una vez al día comiera algo.
Era viernes, salió de la universidad temprano porque una de sus profesoras se reportó enferma. Fue a su casa para ver a Adam y prepararse para el trabajo.
Apenas acababa de entrar, había dejado su bolso en el sofá, cuando sonó el timbre. Abrió la puerta encontrándose con Jasper. El rubio la miró con una expresión impasible. Lo hizo pasar.
—Hola, Jazz —saludó Francis, no haciendo caso de su gesto—. ¿Cómo sabías que estaba aquí?
Jasper no contestó a su pregunta. Francis vio algo en sus ojos, reflejaban remordimiento y un indicio de dolor.
Ella conocía esa mirada.
—¿Podemos hablar? —preguntó el rubio.
—Claro —respondió.
Ambos se sentaron en el pequeño comedor, uno frente a otro.
El rubio tomó su tiempo para comenzar.
Al final, respiró profundamente. —Francis, nos iremos —dijo lentamente—. Mi familia y yo nos iremos lejos de Forks... Mi mundo no es bueno para ti, y la verdad es que yo necesito un cambio...
—No hables —lo interrumpió, con un tono más duro que de costumbre. Ya había captado las señales y entendido lo suficiente—. No hables —repitió más bajo—. Sé lo que estás diciendo.
Lo sabía, Francis había visto esa mirada en los exnovios que terminaron con ella antes. Y en ese momento, no lo necesitaba. No necesitaba una despedida con miles de excusas que no le ayudarían para nada.
Jasper esperó a que continuara.
—Por favor, deja de explicarte —pidió Francis—. Sé lo que estás pensando y no necesito tus razones.
Jasper nunca imaginó que resultaría tan sencillo. Pensaba que sería casi imposible, que Francis se daría cuenta tan fácilmente de la verdad que él tendría que soltar una mentira tras otra durante horas para apenas plantar la semilla de una duda en su cabeza.
Pero no fue así, y su expresión impasible se descompuso. —Francis, por favor deja que...
—¡No! —rugió ella, y se levantó de la mesa impaciente—. Si te vas a ir, pues vete. ¿Necesitas que te haga una fiesta?
La cara de Jasper reflejaba puro dolor. —No —musitó.
—Entonces lárgate —dijo Francis, entre dientes. Enfadada.
