2. La princesa que no conocen ni en su casa

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—Señorita— la llamé nuevamente—, no se altere pero tengo que sacarla de ahí

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—Señorita— la llamé nuevamente—, no se altere pero tengo que sacarla de ahí.

Claramente la puerta estaba cerrada, el destino no estaba de mi lado. Debí quedarme en cama esta mañana cuando supe que era tarde. Tomando un pequeño doblez que había en la puerta jale con toda la fuerza que tenía, que no era tanta como antes, y poco a poco logré vencer la puerta al completo. Desabroché el cinturón de la joven y la cargué a pesar de sus quejidos, solo esperaba no estar empeorando la situación, aunque a simple vista no parecía tener más que los rasguños visibles.

Ella comenzó a caminar, aún algo aturdida y tomándola de la cintura la guíe unos metros alejada del auto.

—¿Se encuentra mal?

Ella negó con la cabeza y respiré aliviado por la respuesta.

—Estoy bien, físicamente estoy bien. — Su voz estaba algo rasposa, supuse que por el accidente, pero al mismo tiempo era embaucadora, me imaginé, que de no estar alterada por el choque podría ser incluso dulce y seductora.

—Llamaré a una ambulancia.

—No, por favor —su mano envolvió mi brazo, impidiéndome sacar mi teléfono. —Nadie puede saber que estoy aquí, no quiero más prensa involucrada.

¿Prensa? ¿Quién rayos era ésta mujer?

—Señorita, permítame insistir, tiene que ser revisada por alguien.

—No te inmiscuyas en mis asuntos por favor, no quiero que nadie me vea en este estado, y nadie lo hará.

Parpadeé sorprendido por sus palabras, estaba tratando de ser amable, ella acababa de sacarme de la carretera, arruinando en el proceso mi ropa y mi cena, ¿y se atrevía a tratarme así?

Lo siguiente que hice a continuación no fue algo de lo cual sentirse orgulloso, pero llevaba todo el día aguantando infortunio tras infortunio con una sonrisa en el rostro. Yo solo quería ir a casa y cenar con Juan, no verme involucrado en un accidente con una mujer arrogante y malagradecida.

—Bueno, no me voy a inmiscuir, pero que sepa que ha terminado de arruinar mi noche y si quiere que la deje aquí tirada, aunque pronto muera por una contusión no atendida, lo haré y no voy a sentir arrepentimiento.

Me puse de pie, dejándola sentada en el suelo, y tras unos cuantos intentos, mi moto encendió, de reojo vi como intentaba ponerse de pie, intentando ir hasta su auto, pero el repentino sonido de una explosión la hizo, literalmente, irse de culo hasta el suelo.

Me dirigí nuevamente a querer ayudarla, pero dejó mi mano extendida y con una mirada de enojo hacia el auto comenzó a vociferar insultos.

—Maldito y prepotente auto, cómo se le ocurre prenderse en llamas justo ahora, insolente.

Reprimí una risa, bastante mal pues volteó a verme aún furiosa.

Cuando la corona se rompeDonde viven las historias. Descúbrelo ahora