32. Un encuentro inesperado.

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El reloj marcaba las 3 am cuando me atreví a entrar a la oficina de Victoria, desde que habíamos llegado al país fui castigado con el desconocimiento, no tenía información de nada por Victoria y eso me estaba volviendo loco, Circe estaba bien al final de todo, solo recibió un golpe en la cabeza que luego de unos estudios se determinó que no fue nada grave, habían matado al guardia de la entrada y nadie se explicaba como es que habían burlado la seguridad de los pasillos. La carpeta que se había llevado ni siquiera era importante, o eso me dijo Roberto, no es que confiara mucho en él tampoco, pero era él único que me podía dar información mientras que Victoria me seguía odiando. 

Victoria me odiaba. Vera me odiaba. Yo me odiaba.

Era un imbecil que jamás debió de mentir y ocultar las cosas. Ahora mi hermana resucitada no me quería ver ni el pintura y mi esposa ya no confiaba en mí.

Tal esposa estaba sentada en su silla de gobernanta frente a su gran escritorio, ante ella tenía varias hojas, cuando entre no levantó la mirada.

—Vete, no te quiero ver.

—No puedes solo ignorarme, —exclamé — arreglemos esto como una pareja normal. Estamos casados.

—En un mes nos divorciamos, así que ese no es problema.

Una punzada me recorrió el corazón, ¿Cómo que divorciarnos? A penas hace unas semanas decidimos no hacerlo y ahora ella hablaba de divorcio. Era un idiota.

—Victoria, mírame— Supliqué.

—No.

—Victoria, por favor—. Me acerque con la intención de acariciar su rostro, el cual separó bruscamente, como había hecho últimamente, como si el hecho de que la tocara le hiciera daño.

Resopló molesta, aunque luego cerró los ojos buscando paciencia y levantó la mirada.

—¿Qué quieres?

—Quiero que hablemos y resolvamos las cosas, creo que prefiero que nos gritemos a que nos ignoremos— admití, avergonzado.

—No tengo ganas de pelear, estoy decepcionada de ti y créeme que justo ahora tengo cosas más importantes que lidiar contigo y tus mentiras. —Su mirada gélida me dio una puñalada en el corazón—. Me dolió que no me confiaras algo tan importante cuando yo te dije todo de mí. Todo. Así que por favor vete y déjame sola.

Asentí, dolido por sus palabras, lo peor es que tenía razón y tenía toda la justificación para estar enojada. Los ojos se me cristalizaron cuando volvió a su trabajo y siguió ignorándome, así que con la poca fortaleza que tenía salí de su oficina.

Quería ayudarla con lo que estaba sucediendo, pero ¿cómo podía apoyarla si yo era uno de sus problemas?

Me encogí de hombros, dispuesto a llamar una vez más al centro de Vera.

Al tercer timbre contestaron.

—MentalCare Clínica, en que podemos ayudarle.

—Soy Jones Moreal,—Use otro de mis nombres falsos—, quisiera hablar con Vera, por favor.

—Señor Moreal, ya le hemos dicho que Vera no está en condiciones de hablar con usted esta alterada y no queremos que perturbe su tratamiento, pero sí nos gustaría hablar con usted lo antes posible en persona.

—Estoy fuera del país, ya se los he dicho. En un par de horas me comunico para agendar una cita, solo quiero saber cómo está Vera.

—Alterada, como le hemos dicho. Aunque no es nada que no podamos manejar, ahora mismo esta en una sesión de emergencia con su psicóloga, y luego de eso intentaremos que vaya a dormir sin ningún fármaco extra.

Cuando la corona se rompeDonde viven las historias. Descúbrelo ahora