38. Revelación de secretos.

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—¿Puedes pasarme el té?

Victoria tomo la jarra de cristal y la puso a mi lado en completo silencio. Las cosas entre nosotros estaban tensas. Peor que hacía dos días cuando hicimos la tregua aquella media noche que hicimos el test de embrazo cuyo negativo se seguía colando en mis pesadillas, ni ella ni yo queríamos un bebé en esos momentos, entonces, ¿por qué nos pesaba tanto? Quizás se debía a que los problemas solo se estaban acumulando.

No había noticias de Ruder por ningún lado, y aunque los ataques al palacio habían cesado, la prensa publicó notas negativas juzgando la decisión de Victoria de haberlo vuelto noble, siendo que era hijo de un chofer.

Pero a mi me había vuelto rey, y yo ni siquiera era ciudadano de Dagraophem.

Sin contar que las consecuencias psicológicas de aquella noche catastrófica nos estaba pasando factura. No dejaba de pensar en Lavi, me atormentaba como un fantasma, lo veía en los rincones, repetía en mi cabeza cada uno de los encuentros que tuvimos desde la tarde en que nos conocimos hasta la última vez que lo corrí del funeral del Rey Williams. Y luego estaba Victoria, que me tenía preocupado, su apetito aun no volvía y honestamente, comenzaba a verla mal. Se mantenía pálida, distraída, con la mirada perdida, y supe por Circe que había cancelado la reunión del día de hoy.  Había algo muy malo con ella, pero no sabía qué, y ya habíamos descartado un embarazo.

—Victoria— la llamé, a pesar de que no obtuve respuesta, ella seguía viendo al vacío. —Cielo—. Nada, ni una mirada. —¡Victoria!

Volteó, sobresaltada.

—¿Qué te pasa? ¿Por qué me gritas?

—Estabas ida, ¿qué tienes?

—Nada, ¿terminaste? Iré a correr.

—¿A correr? —cuestioné— Son las 6pm, deberías estar en la junta con la corte, ¿qué pasó?

—Mientras que no haya noticias de Ruder no tenemos porque reunirnos, además, no tenía ganas de escucharlos, te veo después.

Se levantó de la silla, dejando de golpe la servilleta sobre el plato vacío que estaba en su lugar y caminó fuera de la sala de estar donde teníamos la hora del té. La seguí con la mirada hasta que desapareció de mi vista, y sin saber por qué, mis ojos se llenaron de lagrimas, la situación se nos estaba saliendo de control, aunque quizás el tiempo resolvería todo, con la fe en ello decidí ir hasta la cava que estaba en uno de los sótanos, tomé la primera botella de vino que me encontré en el primer estante a la vista y me serví una copa.

Me terminé la segunda copa de un solo trago, y dejé la botella justo donde estaba para después subir a mi habitación privada y dormir un par de horas. Nadie ahí me iba a necesitar, y yo ocupaba, con urgencia, sentir como si no existiera aunque fueran solo dos horas.

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Había alguien a mis espaldas, podía sentir su presencia, que me acechaba, pero había algo que me impedía voltear, no sabía que era, hasta que frente a mí se materializó una persona.

—Cariño, ¿qué haces ahí parado? Vamos a llegar tarde.

Victoria me veía con cariño, y me hablaba con una voz dulce poco característica de ella.

—¿Tarde? ¿A dónde? 

—A firmar el divorcio, tenemos la cita con Felix hoy, ¿te olvidaste?

Fruncí el ceño mientras que la sensación de que alguién estaba a punto de atacarme se intensificó.

—¿Por qué vamos a divorciarnos?

—Cariño, se acabó el contrato, y no nos amamos.

—Pero- yo sí te amo.

Cuando la corona se rompeDonde viven las historias. Descúbrelo ahora