3. La propuesta que lo cambiaría todo

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Habían pasado cerca de dos semanas desde el accidente y no veía la salida

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Habían pasado cerca de dos semanas desde el accidente y no veía la salida. Me estaba ahogando en facturas, tareas y trabajos. A penas el dinero tocaba mi mano, tenía que depositarlo a alguien, ya fuera para agua, luz o comida para Juan Gris.

Era miércoles por la tarde y acababa de llegar de mi trabajo en la construcción, tenía que escribir un ensayo sobre el impacto de la guerra fría en el arte, y estaba a nada de aplicar un plagio solo para salir del apuro, pero era mejor que eso. Primero preferiría reprobar antes que robar el trabajo y esfuerzo de alguien más.

Miaaaaau

Juan Gris maulló con intensidad en la puerta y yo guié la mirada al reloj, posterior a ello se escuchó el timbre, ¿quién podría ser a las casi 10 de la noche?

Me puse de pie, con cautela y caminé hasta la puerta, asomándome por el pequeño agujero que tenía, me sorprendió al ver la figura de Victoria:

La princesa de Dagraophem, con la cual me había visto involucrado en un accidente vial, y a la que investigué por toda la noche a penas se fue. Dagraophem era un reino pequeño, ubicado al sur de Asia, el idioma principal era el inglés y era conocido por ser exportador de fresas, altos niveles de oro y tener una monarquía absoluta que a pesar de ser así, el pueblo manifestaba conformidad por su forma de gobierno.

Salí de mi pequeño trance cuando Victoria volvió a tocar la puerta y abrí con rapidez, noté que no venía sola, sino que un hombre, el cual parecía bastante alto, ejercitado y atractivo, estaba detrás de ella como si le cuidara las espaldas. Victoria me sonrió e hizo un ademán de querer entrar, por lo que me moví cediéndole el paso, detrás de ella el grandote inspeccionó con la mirada el departamento y a mí.

—Joseph—saludó la princesa— él es Ruder, mi consejero y guardaespaldas. ¿Cómo te encuentras?

—Sorprendido, sin duda. Creí que no volvería a verte, ¿qué tal tus heridas? —Los guié y los tres tomamos asiento en la sala, Juan Gris no perdió el tiempo y de un brinco se posó sobre el regazo de Victoria, la cuál comenzó a acariciarle el lomo ocasionando sus ronroneos.

—Sanadas por completo, en realidad quería hablar contigo de algo más ¿se puede?

—Por supuesto, ¿quieres té o algo más que pueda ofrecerles?

—En realidad me gustaría que saliéramos a caminar, si no es molestia para ti, por supuesto.

Confundido me puse de pie, seguido de ellos dos, y tomé mi abrigo y mis llaves; estaba intrigado sobre qué podríamos hablar, o qué habría que decir. Al día siguiente del accidente, Victoria quiso darme dinero por las molestias y aunque lo necesitaba, me negué. Aunque envió un mecánico para que arreglara los daños de mi vespa y eso sí que lo acepté. Quizás quería que le pagara eso, o puede que fuese algo más.

Cuando la corona se rompeDonde viven las historias. Descúbrelo ahora