El palacio de Hanet, el cual se había convertido en mi hogar un par de semanas atrás estaba atestado de decoraciones, peonias y lirios que le daban una nueva visión al pasillo que guiaba a todos los invitados al salón especial donde se estaba llevando a cabo la recepción de nuestra boda.
Victoria y yo habíamos llegado hacia casi una hora de la boda religiosa, luego de aquel beso que compartimos a la entrada de la iglesia subimos de inmediato al auto que nos trajo hasta acá, y desde entonces no habíamos hablado más, pues éramos acaparados por todos los invitado, había, si mis cálculos no fallaban, cerca de 500 personas en el lugar.
Así que no había visto o hablado por suficiente tiempo con mi ahora esposa para saber si se encontraba molesta por haberla besado de esa manera sin previo aviso o acuerdo, aunque sus palabras posteriores me hacían creer que pensaba que fue una gran estrategia para publicitar nuestro matrimonio falso.
Y era mejor que siguiera creyendo eso, porque si me preguntaba si había otra razón para haberla besado no tenía ni idea de qué respuesta daría.
Porque me dieron ganas.
Porque era mi esposa.
De mentira.
El matrimonio era legal y real. El supuesto amor no.
De su parte.
Sacudí la cabeza bloqueando los pensamientos y viendo como algunas personas tomaban aperitivos antes del banquete.
—Joseph — volteé ante el llamado —, ¿puedes ayudarme con mi vestido arriba?
Seguí a Victoria fuera del salón y luego por los elevadores, llegamos hasta nuestra habitación conyugal, aquella que dividía nuestras habitaciones personales.
—¿Qué pasa con tu vestido? Aparte de que ha de pesar 40 libras.
—Me lo voy a cambiar, es hermoso pero demasiado grande, ¿me ayudas con los botones de la espalda? No quería llamar a una doncella, además escaparnos a la habitación a mitad de la boda seguro crea chismes.
Soltó una risita que me hizo voltear a verla sospechosamente. Estaba demasiado contenta.
—¿Estás ebria? — Pregunté al enfocarme en sus ojos brillantes.
—No, que va. Me tomé dos tragos cuando llegamos nada más. A lo mejor estoy algo feliz, ¿tú no estás feliz? Nos casamos, voy a convertirme en reina, mi padre tiene un buen diagnóstico, Charlat esta muerto y Lavi va a perder su título. Hay muchas razones para estar feliz.
Quise darle la razón, y si ella estaba feliz yo no era nadie para impedírselo.
Observé su vestido con mas detalle, las mangas eran de encaje con cristales que se adherían a su piel de una manera que parecía parte de la misma, el frente se abría con un escote delicado con el mismo diseño y la espalda era cubierta por un velo tan fino que parecía inexistente, pero una fila de decenas de botones delicados bajaban por ella.
ESTÁS LEYENDO
Cuando la corona se rompe
RomanceJoseph tiene cuatro empleos, hace malabares con las cuentas cada mes y cada día qué pasa se siente más y más atrapado. Victoria es la heredera de uno de los reinos más ricos del mundo, pero para poder acceder al trono necesita un esposo. La propue...