35. Los últimos días del trato.

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Jamás había estado en las celdas del palacio, y la verdad es que eran bastante modestas, sí, tenían barrotes y todo eso, pero el lugar parecía como otra sala normal de Hanet, claro, si omitíamos el registro de pase

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Jamás había estado en las celdas del palacio, y la verdad es que eran bastante modestas, sí, tenían barrotes y todo eso, pero el lugar parecía como otra sala normal de Hanet, claro, si omitíamos el registro de pase.

Había solo tres celdas, siendo una de ellas la más grande, y la cual estaba ocupada por Ruder, a pesar del desprecio que sentía por él, y que seguramente el sentimiento era mutuo, no me alegre de verlo ahí, y no era precisamente por él, sino por Victoria.

Solo una semana atrás me había pedido que intentara llevarme mejor con él, porque era su mejor amigo. Su único amigo, en realidad. Y él la había traicionado. Bueno, puede que no sintiera placer por verlo encerrado, pero si era verdad que se lo merecía.

Siendo así, no sabía muy bien cual era el siguiente paso de la reina, ¿iba a dejarlo encarcelado? Sabía que por traición a la corona la pena era la muerte, pero era una pena que no podía decidirla ella sola, sino que tendría que presentar el caso ante la corte.

—¿Victoria? No entiendo nada, ¿por qué estoy aquí?

Su voz sonaba temblorosa, tenía miedo, claro, seguro ya se imaginaba que había sido descubierto. Victoria, que se mantenía callada, lo observó fijamente, conservaba los brazos cruzados, con la mirada sin expresión alguna, aun no comprendía como era capaz de ocultar tan bien sus emociones, porque él y yo sabíamos bien lo mucho que esto le dolía.

—¿Hace cuanto? —Preguntó, con un tono de voz extremadamente calmado.

—¿Hace cuanto qué?

—¿Hace cuánto me estas traicionando?

Ruder abrió los ojos con sorpresa y comenzó a negar impulsivamente—, yo jamás te traicionaría.

Se acercó más a la celda y sacó mi teléfono de su bolsillo, justo dio en reproducir el audio que había grabado.

—¿Por donde empezamos?— Preguntó en cuanto se terminó de escuchar—. ¿Por la factura que no entregaste, la cual era una trampa puesta por mí para atrapar al traidor, por el hecho de que contaste a alguien más que mi matrimonio con Joseph comenzó siendo falso? ¿O mejor vamos directamente a la parte donde aceptaste que tu dijiste a los que nos atacaron que yo tenía a sus rehenes? ¿O debo decir a tus rehenes? Por eso desapareciste ese día que mi esposo estuvo secuestrado, y tuviste la osadía de decir que no.

—No es lo que crees, las cosas no son como las planteas, yo no trabajo para los que atacaron al palacio.

—¿Ah no? Entonces, ¿para quién? ¿Quién estaba del otro lado de la llamada?

Elevó una ceja en el cuestionamiento, Ruder se llevó las manos al rostro como muestra de su frustración, gruñó en voz baja, quiso decir algo, pero al final, se quedó callado, hasta que un rato después, habló.

—No puedo decírtelo.

—Bien, si así quieres que sean las cosas, lo serán. Solo te recuerdo que me conoces y sabes de lo que soy capaz— mencionó—, y no me tentaré el corazón solo porque fuiste mi mejor amigo tantos años. Voy a tratarte como cualquier otro de mis rehenes, como cualquier vil traidor que eres, estás advertido, tú decides si hablas ahora, o después de haberte torturado, total, no hay registros oficiales de que estás aquí.

Cuando la corona se rompeDonde viven las historias. Descúbrelo ahora