EPÍLOGO

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Sensaciones que matan.

Narrador omnisciente

Durante toda nuestra existencia hemos sido esclavos de nosotros mismos, encarcelando nuestras acciones en ideales vitales, enjaulando nuestras debilidades en sentimientos violentos y encerrando nuestras fortalezas en pensamientos vehementes que nos dejan obstaculizados de por vida en un camino cargado de secuelas mortíferas por todas las decisiones tomadas, desencadenando una sumersión aterradora en el mar del sufrimiento con designios puramente trágicos para ahogarnos hasta arrebatarnos el último respiro de oxígeno acabando de esa manera con nuestra vida.

Es ese mismo oxígeno el que se agota en una habitación aislada de una cabaña que está siendo consumida por las llamas impetuosas de un fuego atroz que quema con vivacidad todo lo que toca, inundando el espacio de una humarada fulminante por medio de una llamarada tan intensa que los cimientos fuertes se vuelven cenizas por la intensidad catastrófica con la que devasta aturdiendo el brío salvaje que tienen por dentro las víctimas del fervor que trae consigo los centelleos de la verdad junto a las resplandecientes llamas de la incineración.

A pesar de que ese fuego que quema con agresividad desbordada no se compara con el fuego agravante que hiere a quienes se encuentran batallando con sus respiraciones agitadas entre exclamaciones trasegadas, movimientos trastornados y conmociones torturadoras muriendo en la incesante herida que provoca el desconcierto arrebatado de las consecuencias de sus actos.

Aunque quien ha producido el mayor de los daños en ellos de manera distinta, pero de forma muy significativa por tratarse de aspectos vinculados a sus más grandes dominadores emocionales, se encuentra escapando de la escena sagaz, que resplandece en el aire en una radiación de energía ardiente excitada por el incendio estimulado por grandes ráfagas de combustible destruyendo amplias extensiones de árboles como si de un incendio forestal sin control se tratara.

Lleva una satisfacción inexplicable porque contemplar por el retrovisor la agudeza voraz con la que se calcina ese espacio que fue testigo muchas veces de las traiciones de Ivette Mikhailova junto a su amante Dante Coppola lo hace sentir victorioso, no obstante, saber que dentro también se encuentran otros dos seres que ha admirado por muchos años ya que tienen exactamente las cualidades que ha deseado tener siempre lo convierte en el ganador definitivo en una guerra fortuita en la que nadie creía que saldría una vez más como triunfante tras hacerse pasar como lo que todos creen que es; títere, desconociendo que el títere no es títere por moverse por los hilos que alguien más tira sino por atraer a los titereros correctos que muevan los hilos por él convirtiéndose en sus marionetistas personales.

—¿Crees que una muerte lenta, pero terrorífica en medio del fuego sea la muerte más conveniente para ellos? — tantea Damon a su hijo viendo por el retrovisor el fuego en la cumbre de la montaña.

—Es conveniente por la manera en la que ambos saben soportar las torturas, pero para ser precavidos ordené a los hombres que dejé en toda la orilla del rio que si logran salir que no duden en dispararles— explica Ismaele conduciendo.

—Si pensaste en esa posibilidad es porque dudas de las capacidades que tengo para destruirlos y que dudes después de perdonarte que dejaras a tu madre en el abandono en España; siendo esa tu primera ofensa hacia mí, mereciendo el peor de mis castigos porque las madres que protegen a sus hijos son sagradas es para negarte el honor de llevar un apellido tan majestuoso como el Martinelli— dice maravillado con la vista sacada de una pintura de terror, pero molesto con la sensibilidad que logra percibir en su hijo.

—No dudo de tus capacidades— afirma con la tranquilidad que siempre lo ha caracterizado—, es solo que cuando se va hacer algo es recomendable tener soluciones rápidas que no nos haga perder tiempo o preocuparnos demás si las cosas no salen como las planeamos— explica sintiéndose extraño por vivir dentro de la persecución que siempre le llamaba la atención, pero que Galya se negaba a dejarlo participar.

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