CAPÍTULO VEINTISÉIS- CREPÚSCULO I

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Mihail

La paternidad en la vida de un hombre siempre será una de sus cualidades más significativas porque para él convertirse en padre es la transición de la madurez adquirida por los años a la madurez obtenida por la obligación que conlleva velar por el bienestar de ese ser que llegó al mundo para convertirlo en el pilar más importante de su vida.

Son muchos los casos que existen de hombres que huyen de esa cualidad por la responsabilidad que trae consigo, por el temor a ser un padre igual al padre que tuvieron y por no ser lo suficientes responsables de cumplir con su rol de dar su apoyo total en todos los ámbitos que se requieran para garantizar el bienestar total de esa criatura.

Los hombres de mi familia se convirtieron en padres adquiriendo en sus vidas las partes más significativas para ellos, porque para cada uno sus hijos son lo más importante por encima de cualquier otra cosa al punto de ceder en caprichos, romper reglas, ser liberales, adaptarse a sus creencias, a sus preferencias sexuales y a las maneras de proceder por el simple hecho de aceptarlos exactamente como son sin querer convertirlos en una mala copia de ellos porque suficiente cualidades de suyas poseen para tener que pensar, actuar y vivir como ellos lo hacían o aun lo hacen.

En mi caso la paternidad ha sido siempre mi eslabón más débil y al que están sujetas cada una de mis creencias, convicciones e ideologías porque reproducirme es el deseo primitivo que llevo sembrando en lo más profundo de mis entrañas de una extraña manera, ya que es aterrador querer tanto ser padre y a la vez despreciarlo por no querer traer al mundo seres de la oscuridad.

Seres que nacen como todos con el pecado capital en su conciencia y con el demonio transformado en un gen en su sangre, convirtiéndose en híbridos peligrosos por traer en su cuerpo el código de la maldad, crueldad y sadismo impregnado en sus cadenas de ADN listos para destruir al salir del vientre de su madre.

Vivir en medio de la muerte es algo normal para los que nacemos en la mafia, instruir a los hijos en el mal es algo normal y ver convertirse a un niño en un ser siniestro es el orgullo de cada mafioso, pero para mí contemplar a la persona que elegí para vivir la vida gestando en su vientre un ser que viene con el mal entre sus venas cuando aún no llega al mundo es terrorífico.

Porque una cosa es aprender amar el mal por vivir rodeado de seres malignos complaciéndose con cada malicia accionada y otra muy diferente llevar anclado a su ser la malignidad en cada una de las células del cuerpo deseando en cada segundo de su incesante vida saciarse la sed de destrucción sin tener control de lo que piensa y hace siendo una abominación terrenal.

Lo que llevo en mis genes es imposible que no sea heredado porque aunque no llevara en mi sangre el demonio Moskalev mis descendientes heredarían la perversión, la depravación y la inmoralidad de satisfacer sus deseos más oscuros con las degeneraciones más atroces que alguien en su vida pueda imaginar consiguiendo que hasta el mismo lucifer se esconda, atemorice y cohíba de mostrar sus maldades frente a esos seres cargados de barbaries únicas en su especie solo por el simple hecho de tener a un padre como yo.

Son pocas las personas que saben a lo que me dedico en mis tiempos libres, son muy pocos los que saben lo maligno que soy cuando estoy aburrido y creo que por eso los pocos que lo saben se mantienen al margen de mis muestras de malignidad controladas.

Soy un amante empedernido de los juegos en todas sus versiones como también a las atracciones artísticas por ser un aficionado del arte razones por las cuales diseñé mi propio escenario para contemplar los mejores espectáculos que un ser como yo pueda disfrutar.

Situación que solo me hace pensar en la misma afición que puedan tener mis hijos hacia esos espectáculos artísticos que quienes conocen ese pasatiempo palidecen cuando de mi boca sale una expresión acerca de mi aburrimiento porque saben que eso significa «Libertinaje, monstruosidades y salvajismos» que no puedo rehusarme a divertirme.

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