CAPÍTULO VEINTISÉIS- CREPÚSCULO II

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Eleora

La maternidad siempre será esa cualidad única, inquebrantable e incomparable a la que toda mujer en algún momento de su vida se enfrenta preguntándose si es capaz de llevar estampado en todo su ser ese sentimiento maternal que en ocasiones nos hace temerle, huirle y otras veces desearlo llenando nuestra mente de dudas, suposiciones y teorías buscando en ellas las explicaciones precisas sobre el título de madre.

Ese título que hace que toda mujer que lo lleve sea distintiva entre las demás, brotando de su piel un poderío vulnerable y a la vez fuerte que la rige por encima de su profesión, creencias y hábitos porque ser madre es la capa invisible que una mujer se coloca en la espalda convirtiéndose en una heroína.

Aunque las mujeres que deciden no ser madres siguen siendo una especie única en su clase siendo mujeres guerreras, valientes y aguerridas que se enfrentan contra toda una sociedad manipulable quebrantando paradigmas, reglas y convicciones sociales ganándose por saber lo que quieren para sus vidas y reconociendo que ser madre o no es decisión propia de cada mujer la admiración de las que fueron obligadas a serlo.

Particularmente prefiero tener al lado a ese tipo de mujeres que las que llevan el título de madres por gestar en sus vientres a sus hijos, pero que una vez fuera de su ser los abandonan a la intemperie y los excluyen de una vida digna cuando hay una mujer en alguna parte del mundo sometiéndose a procesos científicos para poder concebir queriendo convertirse en madre.

Tengo un rechazo inexplicable hacia esas madres que se resguardan detrás de excusas absurdas para justificar sus decisiones porque cuando uno es madre por decisión no hay necesidades, enfermedades o carencias materiales que nos frene a la hora de buscar lo mejor para nuestros hijos por encima de nuestro propio bienestar, ya que ser madre siempre será esa cualidad que da fuerza, valentía y coraje para enfrentar a todo lo que haya de venir para garantizar el bienestar de esos seres que vinieron de nuestro interior.

Convertirme en madre me dio esa extraña capa invisible queriendo lo mejor para mi hija que desde su concepción me ha brindado los mejores momentos de vida en el mundo irreal que diseñé para ambas manteniéndonos fuera del peligro los últimos años.

Pero mi capa invisible está soltándose de mi cuello por darme cuenta de que no soy tan valiente, tan fuerte y tan buena madre como debería serlo por no poder garantizar el bienestar total de ella cuando los días que pasan no se le van sumando a su vida sino restándose del corto tiempo que vino a permanecer conmigo llevándome a romper rencores que guardaba en lo más profundo de mi ser hacia su progenitor desde su rol de padre.

Tuve que pensar la situación millones de veces volviendo a esa habitación en Moscú hace casi cuatro años en la que me pidió que arrancara de mis entrañas a nuestro hijo porque no era cuestión de que no lo quisiera sino de que no podía ser padre.

Siempre repetía las mismas palabras durante mis meses de gestación intentando encontrar una explicación más lógica a esas palabras, pero escuchar de su propia boca en medio de un colapso emocional que su razón está fundamentada en alguna extraña enfermedad que tiene heredada por su madre me hizo dar cuenta que sus palabras fueron sinceras aquella vez.

Que amó tanto a nuestra hija desde su concepción que prefería no dejar que llegara al mundo a sufrir queriendo quitarle la vida de esa manera tan inhumana siendo un cobarde incapaz de enfrentar lo que crecía en mi vientre.

Sin embargo, los meses que llevamos compartiendo desde mi llegada a su vida nuevamente, su comportamiento con mi hija y como ella se interesa en él me motiva a bajar cada una de las capas que me mantienen el corazón como una roca para darle la oportunidad de que construya con ella una relación paternal.

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