CAPÍTULO DIESIOCHO- DIVERGENTE

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Eleora

1 hora antes...

Cuando era adolescente siempre participaba en las actividades de la secundaria donde íbamos a ayudar a los ancianos, enfermos y niños de los lugares más vulnerable en los países paupérrimos en el mundo y siempre elegía ir a los hogares de ancianos porque disfrutaba sentarme en el piso para escuchar sus anécdotas mientras se quedaban un largo tiempo buscando en su memoria detalles relevantes y hasta lo que para aquel entonces para mí no eran como el color de un vestido, el nombre de un restaurante o la película que vieron en un auto cine para contar las vivencias exactamente como pasaron cosa que me hacía admirar el esfuerzo que hacían para recordar los momentos bonitos que lograron vivir.

Así mismo me gustaba caminar arrastrando sus sillas de ruedas hacia los jardines donde se quedaban abstraído en algún sonido de un ave que escucharon hace tiempo, en un olor a flores que cuidaron en sus jardines o en el sabor de un alimento que le recordaba a su abuela o a su madre sembrando en mí el deseo de grabar en mi memoria todo lo que pudiera para cuando llegara a esa edad poder hacer lo mismo que ellos.

Aunque en la última semana me he dado cuenta que el olvido siempre será nuestro verdugo y a la vez nuestro guía existencial motivándonos a disfrutar el día de hoy y a olvidarnos del futuro porque en esta tierra todo es impredecible provocando que quiera disfrutar de todo lo que hay mi alrededor admirando las aves, los colores y aroma de las flores, la sensibilidad del viento sobre mi piel y usar cada uno de mis sentidos para que cuando mi futuro incierto llegue mi cuerpo sea el que me recuerde las cosas que viví y no mi memoria que hasta en el día a día me juega en contra.

Tener una cena con Mihail ha sido súper extraño para mí no porque no deseaba tenerla sino porque sentía que realmente estaba teniendo una cita con alguien a quien acabo de conocer. Sus preguntas, sus toqueteos y su manera de mirarme hicieron del ambiente muy especial para mí, ya que nunca había tenido esa clase de citas.

Con Henry salía en Corea pocas veces porque la mayoría de nuestros encuentros siempre fueron sexuales porque me estaba preparando para ser la líder del esqueleto y no quería relacionarme emocionalmente con alguien, al entrar al mundo criminal tuve una cita con Adolphe en yate que fue muy especial porque conocí una parte muy bonita de él y con Mihail tuve otra en Seattle que terminó con una exuberante sesión de sexo en su auto, pero ninguna de esas las sentí como esta, ya que mi corazón latía fuerte cuando me miraba, sentía dragones botando fuego matando las mariposas en mis clítoris cuando se saboreaba los labios y mis piernas temblaban volviéndose maleables con las caricias de sus dedos en la palma de mi mano mientras la tenía presa en la suya.

Vamos en el auto de regreso al castillo, llevo mi vista pegada a la ventanilla mientras hago un recuento de todo lo que ha pasado en los días que estamos aquí. Lo he provocado andando en casa en poca ropa, hemos cocinado juntos dónde nuestros cuerpos se rozan hasta sin quererlo, nuestras miradas son llamas que sé que lo encienden a él como me encienden a mí y nuestra cercanía cada día se ha vuelto más intensa.

Disfruté como una poseída como me comió el cuello en el estudio de Koko, como sentí a Chiquito erguirse al mover mi trasero y como Mihail estaba pegado a mi piel tal desahuciado ansiando alimento, agua y medicamento porque por más que intentaba alejarse de mí su mano encerraba más la mía llevándolo a acostarse a mi espalda, apartar los tirantes de mi blusa y hacer con mi cuello lo que le placía.

Mi vagina se volvió un charco, sentí como mis piernas se resbalaban una contra la otra por la gran lubricación que provocó Mihail cuando su lengua, sus labios y la manera en que me succionaba la piel; que pensé que me dejó marcas, pero no, me puso a temblar alejando la parte racional de mi cuerpo.

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