CAPÍTULO TREINTA Y CUATRO- ANARQUÍA I

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Narrador Omnisciente

La mayoría de seres humanos trabajan cada día esforzadamente en busca de su felicidad, su bienestar y su libertad con las que piensan que podrán vivir hasta el final de sus días viviendo en el medio que decidan permanecer rodeado de armonía, pero es bastante irónico decir que la felicidad, bienestar y libertad están presente exactamente en el momento justo que se atraviesa una meta, se obtiene un objetivo y se conquista una guerra siendo esos segundos los que aportan dichos estados, emociones y sensaciones de manera efímera provocando que segundos después trasformados en ocasiones en minutos, semanas, meses o años se requiera de otros caminos hacia la felicidad, de otras directrices hacia el bienestar y de otras batallas hacia la libertad.

Son esos mismos trabajos esforzados que tienen a la mayoría en el mundo criminal con sus mentes iracundas sin lograr entender el tiempo que ahora mismo están viviendo porque la decisión de entrar a dicho mundo fue con la intensión de ironizar sus vidas por saber que el placer, poder y peligro que se vive cada día como criminales solo lo podrán obtener convirtiéndose en uno llevándolos a diseñar sus vidas en los peores espacios de riesgos.

Siendo esos mismos riesgos los que abacoran el pecho de una viuda en medio de una isla desierta que ha tenido que cavar tres tumbas para su marido porque la marea se encarga cada noche de arrastrarlo queriendo destrozar su cuerpo descompuesto para que las aves y crustáceos se alimenten de él.

Cada uno de los días que tiene en esa situación los lleva sin tener contacto más que con sus hijos y estar ahí sin encontrar la manera de ponerse en contacto con alguien para poner a sus hijos a salvo la tiene sumida en los peores estados de ánimos, padeciendo las emociones más dolorosas y sufriendo las sensaciones más hirientes de las que espera ser bien remunerada por tiempo indefinido sin que nadie se atreva a despertarlas una vez más.

—¡Te vas a caer mamá! — grita su hijo Aleksie mirando hacia arriba.

—¡Quítate! — le exclama desde arriba lanzando los cocos.

Sigue cortando racimos de cocos que espera que tengan agua suficiente para hidratarse, ha notado que a sus mellizos; Elliot y Enzo, les gusta mucho la pulpa meliflua del coco y se ha encargado de no dejarlos de alimentarlos con ella percibiendo como se conservan vigorosos, saludables y contentos adaptándose rápido al cambio de agua mineral en sus disoluciones de leche de fórmula disfrutándolas con más gusto.

Se desliza por el cocotero arañando sus muslos, cae en la arena con sus pies en unas botas y se incorpora agarrando los demás cocos. Camina tambaleándose siguiendo los pasos de Aleksie que empieza a acostumbrarse también de una manera muy sorpréndete y que la tiene muy preocupada.

Porque en las noches casi no duerme teniendo pesadillas, de día se divierte con los niños jugando en las sombras de los árboles y en la hora exacta en la que murió su padre con ellos rodeándolo se sumerge en el mar hasta que culmina el tiempo que cuenta en su mente volviendo con sus hermanos.

No ha llorado desde ese día manteniendo su rostro inexpresivo y su mirada sobre la niña que no ha dicho ni una sola palabra, a pesar de dedicarles sonrisas por escucharlos hablar en ruso pareciéndoles graciosos.

Aleksie como forma de no aburrirse intenta enseñarle palabras en los diferentes idiomas que sabe a las que solo asiente sin lograr articularla en cada entonación, responde a su llamado por el nombre que le fue dado «Annastasia» y también se aparta de todos haciendo castillos de arena frente al mar como si supiera que el cuerpo de su madre fue consumido por las aves después de cruzar fronteras en busca de felicidad, bienestar y libertad hallándola cuando su vida salió de su cuerpo porque a veces fenecer es otra forma de volar.

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