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Kagome soltó a Sesshomaru y él fue directo a InuYasha. Finalmente, podría poner a prueba sus verdaderos poderes. Sus manos temblaban y su pecho parecía que iba a ser atravesado por su corazón.
Tragó grueso, mirando a la mujer de aspecto demoníaco chocar sus espadas contra InuYasha y Sesshomaru, esa espada demonio llamada Souunga estaba siendo su perdición. Consumía toda su energía.
Sango y Miroku decidieron alejarse. No había nada que pudieran hacer por ahora, sólo asegurarse de que Takemaru estuviera bien.

Sus ojos se movían conforme su madre lo hacía, podía ver la energía pura y la energía maligna en su cuerpo intentando volverse una. Ensordeció sus oídos y recordó las palabras que Kikyo le mencionó.
No obtuvo el entrenamiento necesario que ella deseaba y tampoco la valentía que era un requisito indispensable, pero podía hacer algo ahora. Ella pelearía contra Midoriko si así tenía que ser.

Juntó sus manos y murmuró rápidamente algo para poder detenerla, la necesitaba en un sólo lugar.
Su mente se concentró en ello ignorando el ruido y las presencias a su al redor, ignorando lo peligroso que podía ser eso para ella.

Finalmente, cuando repitió cinco veces lo mismo, Midoriko dió con su ubicación bajo esa nube de miasma. El conjuro que Kagome quisiera aplicar sobre ella sólo exponía su poder y la encontraría en donde sea que estuviera oculta.

Midoriko ignoró a InuYasha y a Sesshomaru, acercándose a gran velocidad a su hija con ambas espadas alzadas. Ya no le importaba lo que Kagome pudiera aportarle, entendió que en definitiva nunca estaría de su lado.
Los dos albinos se preocuparon inmediatamente y se fueron detrás de ella. Todo pareció ir en cámara lenta.

Kagome alzó su cabeza y miró a su madre directamente, estaba ya tan cerca pero sólo necesitó extender su mano.
Sólo la punta de la espada logró hacerle un pequeño rasguño en el puente de la nariz, pero el cuerpo de la endemoniada sacerdotisa se puso completamente tieso.

—¡Maldita! —Gritó—. ¡Jamás podrás mantenerme aquí tanto tiempo! ¡Te mataré! —Sesshomaru e InuYasha observaron sorprendidos y aliviados. Realmente lo había logrado.

La pequeña sacerdotisa, decidió ignorar los gritos y maldiciones. Le indicó a ambos chicos que se acercaran con la mano. Ella observó con detenimiento el cuerpo transformado. Era un cuerpo de barro diferente, ninguno podría sostener tanto poder dentro de sí.

—Ya es momento de que dejes de este lugar, entiéndelo —Le habló cuidadosamente—. Si fueras mi madre, jamás hubieras hecho tanto escándalo y tantas cosas malas sólo por resentimiento —Acercó su mano a la frente de la mujer. Sesshomaru cortó el brazo que estaba fusionado con Souunga, provocándole un grito desgarrador—. Los humanos no somos así de estúpidos.

Los dedos de Kagome se iluminaron y el cuerpo de barro pareció volverse transparente.

Dentro de él, se encontraba el alma completamente dormida de una mujer. Esa era la fuente de su poder. Y debajo de ella había otra alma, otra oscura que era la que controlaba su cuerpo. Reconoció su presencia cuando por fin pudo tocarlas por separado.

Naraku.

El demonio se burló, soltando una risa por fin con su voz masculina. —Niñita, nunca detendrás los planes que he organizado durante tantos años. Entiende que mi poder aunque pierda a Midoriko seguirá existiendo.

La chica tenía muchas preguntas pero solo prefirió ignorarlo, no tenía mucho tiempo. La expresión en el rostro de barro que tenía al frente cambió por completo, se inundó de terror.
Kagome acercó su otra mano al pecho de "Midoriko" y lo apretó murmurando rápidamente palabras incomprensibles para cualquiera que la escuchara.
Tenía que repetirlo 10 veces y por la séptima, el primer conjuro ya estaba cediento permitiendole mover sus extremidades un poco.

¿De donde viene nuestro odio? || SesshomeDonde viven las historias. Descúbrelo ahora