2.

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El sol estaba brillando con intensidad, era otro día. Kagome se había despertado temprano, estaba decidida en salir de la aldea y conocer más allá de donde estaba, ¡pero sentía tanto miedo! no estaba acostumbrada, no pensaba que estaría a salvo si se iba sola.

Después de desayunar, se fue a recoger plantas medicinales. Kikyo lo hacía, pero estaba muy cansada. Kagome pensaba que Kikyo empezó a entrenar muy joven, quizás igual que ella. Tan sólo tenía veintiséis años y se agotaba muy rápido. Después de hacer algo tan simple como recoger algunas plantas, la mayor se descomponía y pasaba acostada por horas. ¿Era eso lo que le esperaba? cansarse tan rápido, sentir que moriría en cualquier momento -aunque eso ya lo sentía-. Esperaba que fuera diferente con ella.

Ella compartió con algunos niños, habló con los ancianos y otros aldeanos jóvenes. Durante todo ese rato, Kikyo no apareció. Temía que algo le sucediera, porque a pesar de cuidar de ella desde que nació nunca fue una mujer de muchas palabras y sólo decía lo necesario.
La gente preguntaba por ella y no sabía que responder por que ni ella misma sabía lo que pasaba.

Un escalofrío horrible volvió a recorrer su espalda y se volteó violentamente alertando a los niños. Miró hacia los árboles, y comenzó a sudar frío.

Ojos rojos.

Rojos como la sangre..

—Niños.. vayan a sus casas.. por favor —Les dijo y los niños corrieron con temor.

Sentía miedo pero la estaban acechando. Tenía que agarrar valor.

Fue a su cabaña y encontró a Kikyo durmiendo profundamente, agarró sus flechas y el arco. Al fondo había una espada, la miró unos segundos. No la usaría. No aún.

—¿Señorita Kagome? —Preguntó el monje Miroku acercándose a ella—. ¿A dónde se dirige? ¿Abandonará la aldea?

—Claro que no, Miroku —Negó con su cabeza también y siguió mirando los árboles, no podía mirar otra cosa. Sentía que era su momento, aunque le temblaran las piernas.

—¿Entonces, qué sucede? —Miró su arco y sus flechas.

—Tengo que hacer algo, estaré bien —Le sonrió y lo miró por fin. Miroku no estaba seguro, todos conocían lo difícil que había sido para Kikyo entrenar a esa chica por lo temerosa que era. Nunca había salido de la aldea.

—No lo sé, Señorita Kagome.. No sé si usted se encuentra totalmente segura. Su mirada no expresa eso.

—Por favor, Miroku. Agradezco tu preocupación, pero iré a hacer algo importante y personal —Concluyó y después hizo una pequeña reverencia. Continuó caminando, escuchando los murmullos de los aldeanos al verla caminando en dirección al bosque, con flechas y un carcaj. No es que no confiaran en ella, solamente que había mostrado tanto temor a sus propios poderes que la creían incapaz de crecer como sacerdotisa y les sorprendía que demostrara tanto valor.

Respiró hondo y amarró su cabello cuando se encontraba ya en la entrada al bosque, los ojos rojos que vió habían desaparecido. ¿Sería una criatura grande? ¿Su imaginación? No lo sabía, lo investigaría. Por que aún sentía su presencia. Un aura tan maligna que la hacía sentir pesada y con ciertos escalofríos.

Era raro que una criatura tan poderosa se presentara en pleno día, y era la única. Por que no vio nada más mientras caminaba por ese gran bosque.

Llegó hasta un gran campo, no había ya ni un sólo árbol. Sólo césped y algunas florecitas. Era un paisaje hermoso, sabía que habían cosas hermosas fuera de ese pueblo. Lástima que no podía disfrutarlo como un humano normal, con tranquilidad, sin sentirse acorralada.

¿De donde viene nuestro odio? || SesshomeDonde viven las historias. Descúbrelo ahora