Parásito - Sexto Capítulo

26 2 1
                                    

La criatura de alargadas manos cosía esos gruesos hilos rojos con el cuero y cenizas cerca de esta, uniéndolos, cortando ese pequeño y débil muñeco con ojos de botón que desparramaba cenizas que caían al igual que la arena. El hilo cruzaba a través del cuero cruzando y uniendo sus piezas con las cenizas dentro. Tarareando una macabra canción de cuna con su voz rasposa y siniestra en una habitación más solitaria que su propia conciencia, cosiendo el pequeño muñeco para finalmente cerrar los hilos y el corte. Arrancó los cabellos del cuerpo inerte junto a ella con fuerza, teniendo un puñado de estos en sus manos rasposas y secas para hacer pequeños mechones de cabello para su nueva muñeca uniéndolos por igual, arrancando cada mechón de la joven, ya era lo más cercano a nada.

La poca piel que quedaba correspondía a las facciones de su rostro, era lo poco que quedaba, algunos huesos tirados junto a la cabeza, rotos o algunos hechos polvo en esencia, sus vestiduras rotas, su vestido roto y viejo o más bien, lo poco que quedaba de ella, su ropa, la cual también tenía su utilidad para dicha bestia, la cual cortó piezas del vestido para crear pequeñas prendas para su creación enfermiza; las facciones de su cara en gran parte eran divisibles en todo lo que quedaba de la palabra, a excepción por el rostro petrificado de la joven, un traumatismo muy fuerte. El recipiente y el relleno ya estaban hechos, faltaba algo más, algo que le agregara ese toque especial que anhelaba con una sonrisa enferma, una idea macabra perforó lo más profundo de sus pensamientos enfermizos; esos susurros seguían alimentando esa idea.

Ya harta de escuchar las voces y los gritos que invadían su cabeza, las voces y gritos insistentes fueron enloquecedores para la criatura; para finalmente apaciguarlas, retiró el órgano latente entre los restos del cadáver junto a esta, encontrando a ciegas su corazón; los gritos se convirtieron en susurros y risas burlonas, seguían impacientes, desgarró parte del pecho de la muñeca para abrir un pequeño espacio dentro de esta, la cual ocuparía el corazón como relleno de su caja torácica.

Como detalle final, cosió el pecho, cortando el hilo y guardando la aguja, tomó el listón de la antigua dueña y tomó el cabello de la muñeca para luego hacerle una coleta de caballo con un listón rosa tizado de sangre seca; el pequeño vestido reposando sobre sus piernas fue el adorno final para dar por terminada su obra.

El tiempo se agotaba, ya era momento de cumplir esas fantasías retorcidas que pasaban por su cabeza. Uno de sus dedos tocó la frente del muñeco y en un abrir y cerrar de ojos, el horror se libró de sus confines más recónditos para efectuar la carnicería más brutal, y sólo en una joven de no más de catorce años.

***

El amanecer finalmente ha llegado para iluminar las almas en pena con vidas desganadas y lúgubres; todo ser vivo merece una oportunidad de contemplar la luz del día al menos una última vez, lástima que Amy ya no estaba allí, esa última tarde del viernes en la madrugada fue la última de todas, dejando este cuerpo en un entierro ceremonioso; solo quedan fragmentos de esa alma tierna y dulce, ahora inmersa en la oscuridad.Bienvenida.Tarareando frente al espejo, paseando el cepillo por sus cabellos lentamente, divagando entre pensamientos sin sentido junto con algunos murmullos que acompañaban esa sonrisa maniática y esos ojos adormecidos, ni un alma que reflejar en ellos, la expresión de ese rostro ya no demostraba calidez alguna, no como antes.

Solo indiferencia disfrazada con una falsa dulzura y tierna presencia de una niña frágil e inocente, dejando hilos de cordura, muy pocos entre esos pensamientos de insania y total demencia.Dejando su cabello suelto por completo, cabellos largos con tonos oscuros pero aún manteniendo esa esencia pura.

Todo listo, era hora de empezar. Entre el silencio y el choque del metal contra la cerámica del suelo, la hora del desayuno se hizo eterna, nadie pretendía hablar de nada, cada quien fijándose en sus platos, comiendo casi por necesidad automática con movimientos monótonos sin presencia de Árd, la cual brillaba por su ausencia. Esta solo había dejado migajas de pan junto a su silla y unas manchas de jugo de naranja desbordándose en la vestimenta de la mesa.

"Ten piedad, hija mía". Donde viven las historias. Descúbrelo ahora