( Wade Bertrand, un padre sentimental)
Escucharla tocar el arpa es una experiencia profundamente satisfactoria; además de adorable, es gratificante ver el talento que tiene esta pequeña. Amy, la pequeña niña siervo. Me siento como parte de su familia, a pesar de saber que mi tiempo aquí es limitado. He llegado a querer mucho a esta joven de manera paternal y dulce. Ella parece tan tranquila, con los ojos cerrados mientras sus manos acarician el arpa con calma.
- ¿Wade? ¿Por qué lloras? ¿Estás bien? - me preguntó la niña con preocupación, sin darse cuenta de mis lágrimas.
- ¡Oh, perdón! - dije mientras secaba mis lentes empañados por las lágrimas - Fue algo repentino, lo siento.
- No sabía que los demonios podían sentir cosas de verdad - comentó mientras acercaba su dedo al borde de mis cuernos y los tocaba suavemente.
- Bueno, ahora lo sabes - murmuré después de limpiar mis lentes con un pañuelo.
- Quisiera saber por qué... ¿Por qué lloraste? ¿Estás triste? - preguntó la niña con preocupación.
- ¿Triste? - Me di cuenta de que ella aún no sabía por qué había llorado. Entendí que no suelo mostrar mis emociones de esa manera.
- Sí, parecías triste cuando toqué el arpa, ¿verdad?
Abrí mis ojos sorprendido, pues en cierta forma tenía razón. El sonido había evocado una mezcla de nostalgia y dulzura que se reflejó en mi rostro, confuso para ella pero comprensible al mismo tiempo. Solo asentí con la cabeza.
- Está bien. Tú me has visto llorar muchas veces, es justo - dijo con una sonrisa y ojos brillantes.
- ...¿Es justo?
Amy se lanzó a abrazarme, y yo, sorprendido, correspondí al abrazo. Este gesto me llenó de emociones; mi corazón se ablandó con rapidez. Sentí un vínculo fuerte con ella desde el primer día, nada carnal, sino un deseo genuino de protegerla y cuidarla como si fuera mi propia hija.
- ¿Mejor? - preguntó con inocencia mientras se separaba del abrazo.
- Mejor.
- ¡Vamos, Papá! Harryson nos necesita abajo, apúrate - su voz resonó en los pasillos y desapareció con el viento.
Papá. Me acababa de llamar papá.
Bajé la mirada, encantado, con una sonrisa orgullosa y larga. Ese llanto de alegría volvió a mí; esa pequeña alegró mi día. Muy en lo profundo sabía que Solo necesitaba un abrazo. Eso era todo.
Así ha sido desde que llegué; es hermoso sentirse aceptado por una pequeña niña, es... adorable. Amy, prometo protegerte hasta donde alcance mi poder, pequeña niña.
- Tenemos que hablar - esa voz... esa voz es de...
- ¿Reina? - pregunté con desconcierto. Al girarme, noté algo diferente en su voz; esa neutralidad había devorado completamente el sentimiento que antes había compartido con Amy. La felicidad se desvaneció en mí.
Pronto nos dirigimos a su habitación. Tragué saliva con nervios, esperando lo peor, pues sabía que cualquier cosa podía esperarse de ella. Antes de que pudiera comentar algo, sacó un par de boletos de tren y los acercó a mi rostro, mirándome con ojos cristalizados y una expresión dolida, para luego acercarme uno de estos.
- Amy vendrá conmigo... - su voz se quebrantó antes de decirme algo más - No vas a extrañarla.
- No es así, esa niña... Ella... ¡Mira lo que hizo! - de los bolsillos de mi pantalón saqué un trozo de papel y, al desenvolverlo, se lo mostré: un hermoso dibujo que la pequeña había hecho para mí.
- ¿Un campo floreado? ¿Y ese eres tú? - Moon sonrió al ver mi expresión alegre y aquel pedazo de arte que la princesa me había obsequiado; era realmente hermoso.
- Y aquí estás tú. Nos ve como una familia, aunque rara vez nos dirigimos la palabra - dije con un dejo de tristeza.
- Wade, basta. No juegues conmigo; este contrato que hicimos... este acuerdo no implicaba que te encariñaras con mi niña - sus ojos me miraron con una mezcla de repulsión y odio.
- Lo sé, y sé que no debería tomar esa responsabilidad, porque no soy su padre real, pero... - mi pecho se sintió cargado; aquel dolor humano me hizo sentir vivo, pero de una manera terrible.
- Pero nada. En una semana nos iremos, y no podrás hacer nada al respecto - concretó con orgullo.
- Sé que puedo hacerlo... pero solo necesito que me deje cuidarla.
- ¿Por qué estás tan obsesionado con cuidarla? - cuestionó con rabia mientras se cruzaba de brazos.
- Porque... porque es... - murmuré con voz quebrantada, bajando la mirada con orgullo. Por primera vez en mi vida, no supe qué decir.
- Olvídalo. Nada de lo que digas hará que cambie de opinión.
- ¡Porque quiero protegerla! - mi voz se desgarró con facilidad; aquel sentimiento de arrepentimiento y culpa, el deseo de ayudar a alguien condenado. Sentí que era mi culpa.
- ¿Protegerla de qué?
- De... de ella misma - tragué saliva.
Escuché un suspiro de su parte. Se acercó a mí con una expresión algo conmovida.
- ... Muy bien, me rindo. Lo permitiré, dejaré que la cuides, con la condición de que evites a toda costa que Vanessa deje su trabajo a causa tuya.
- Lo... lo prometo.
Lo logré. Logré que me permitiera salvar a su hija... Aún puedo salvarla de ella. Aún hay esperanza, ¿verdad?
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"Ten piedad, hija mía".
De Todo"Los secretos familiares no pueden ser ocultos por siempre".