Asemejando el semblante de una mujer, emulando su andar, moviendo las caderas con sensualidad al caminar y usando vestidos y ropas afeminadas por gusto propio; anarquía para otros, diversión para ella.
Una bella chica, hermosa como una flor en primavera. Esa vida se ajustaba más a ella. Usando vestidos largos y bombásticos, mostrando con deleite su sencillez peculiar por sus ropas y maquillaje, muy fino en verdad, aunque esta tiene carácter.
A decir verdad, cada genio tiene algo de iracundo, y esta norma aplicaba en ella. Tener ese intelecto y ser superdotada le perjudicaba en relaciones interpersonales, debido a que muchos rumores corrían sobre ella y su pasado como "ramera" o "puta" del pueblo, incluyendo el hecho que adoptaba esa feminidad en un cuerpo varon. Si esta había decidido ser quien era, fue por elección propia, puesto que ya le conocían desde la infancia y le reconocían como un chico, cuando en realidad nunca se sintió cómodo con esa identidad, así que decidió adoptar una que le hacía sentir más cómoda. Algo muy complicado para inicios del siglo 19.
— Eres una puta broma— Dijo el hombre regordete mientras acomodaba su ropa luego del acto, habian llegado a un acuerdo monetario que obviamente le convenia.
—Puta pero contenta— Comentó mientras contaba el fajo de billetes en sus manos, aquel favor carnal habia salido bastante costoso. Y todo por dinero. — Escucha, eres el pez más gordo que pude cazar, solo es trabajo de una noche y créeme que no me sale nada barato estar con los idiotas del pueblo.
— ¿Ahora que gastarás con mi dinero, ramera? Seguro en opio o en cualquier importación legal, ¿verdad, zorrita?— Desafió el hombre con una expresión de suficiencia.
— Imbécil — Murmuró a regañadientes mientras ajustaba sus vestidos. Vestidos los cuales ella misma habia confeccionado.
— Afeminado idiota. O debo decir, ¿Franklin?.
Aquel nombre le calentaba la sangre, sentía un inmenso repudio hacia este. El hecho de que este ricachón comenzará a inmiscuirse en su vida representaba un gran problema. Aún más si esto dependia de su reputación con otros, daban ganas de golpear a ese gordo. Pero milagrosamente se contuvo y solo se limitó a salir de esa casucha sin clase ; ese era su diario vivir. Ganar dinero a costa de desnudarse y permitir cualquier aberración con su cuerpo, más sin embargo no era tan diferente como vivir en el manto de una iglesia católica, la única diferencia entre ambas cosas era que al menos siendo una puta no le golpeaban tanto. Recordar el cómo recibia latigazos y se criaba a punta de golpes por la busqueda de adoctrinamiento solo le provocaba aún más rechazo por esta, aquella estúpida moda del siglo 18 que tardaron en superar. Y todo por su melodiosa voz. La castración no fue más que otra experiencia desastrosa. Una de las más horribles.
Escapar de aquel edificio de los horrores fue su mejor elección. Por consecuencia, escuchar aquellos cantos gregorianos le provoca repeluz. Además del hecho de que su identidad habia cambiado luego de su escape del trono de Dios. Seguramente el rayo de vida y promesas divinas que el ser pura le traia seria consumida por estas acciones, la lujuria le ataba. Aún sin disfrutarlo, iba a ser condenada por estas atauras carnales, bien lo sabía.
Lamentablemente para ella, era el único trabajo que podía hacer a cambio de algo de dinero. Pues en ninguna otra cosa podia librarse. El tener recursos educativos a manos de una iglesia, era una ventaja, más sin embargo estos conocimientos no podría compartirlos, o la quemaran cual bruja de Salem.
Fué de camino a su hogar en renta, mediocre, pero el techo sobre su cabeza lo hacia valer la pena. Unas horas después, en la mañana del dia siguiente, era un soleado domingo en el que se encontraba leyendo cerca de una iglesia a la hora del servicio del dia. Sus ojos observaban el texto de aquel libro que ella no tardaba en comprender, leer no era su fuerte por su vision limitada pero gracias al descuido de un cliente, ahora sus nuevos lentes eran patrocinados por un idiota sin sentido común, le quedaban perfectamente. Se sentía como una doncella de clase alta, esa idea le hizo reir. Ahi estaba, sentada en una banca junto a la iglesia. Todo era tranquilidad hasta escuchar un estruendo seguido de un llanto extendido, al quitar la biblia de su vista, se fijó en la pequeña niña que en el piso se encontraba, no pasaba de los 3 años. Junto a la niña, se encontraba su dama de compañia, una hermosa muchacha de piel color crema, la cual no tardó en percatarse de que Dalia la observaba. La susodicha actuó de inmediato, inclinándose para acudir a la criatura la cuál lloriqueaba persistentemente intentando agarrar su peluche de oveja que estaba a pocos centímetros de ella.
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"Ten piedad, hija mía".
Rastgele"Los secretos familiares no pueden ser ocultos por siempre".