¿Qué esperaban, almas? Admitan que este cuerpo se está debilitando y el tiempo se está acabando. Usaron el cuerpo de una niña como recipiente, y ahora recibirán las consecuencias. Ni siquiera pueden dormir tranquilamente, pues ese choque electrizante en su cuerpo les impide conciliar el sueño. La reacción de su cuerpo ante tanta exposición al dolor les está cobrando factura. Existe algo llamado agotamiento. Mantener un estado así ya no es factible; es peligroso, más bien lo fue desde el inicio. El cuerpo se va degenerando por la falta de alimentos y las heridas internas. Ahora se encuentran llenos de moretones y quemaduras en las extremidades, propiciados por ellos mismos, pues desconocían la palabra descanso. Según su metodología, era la forma más correcta de mantener el cuerpo activo. Qué idea tan ridícula. ¿Tanto miedo tienen de dormir y no despertar jamás? Parece que sí. ¿Por qué dormir? ¿Tan necesario es? Se preguntaron al unísono.
Alimentándose a base de alcohol y frutos secos no llevarán a ese cuerpo a su máximo potencial.
¿Por qué comer? Si de todas formas muertos ya estamos.
Más contemplaciones suicidas que respuestas coherentes. Daño cerebral, quizá. ¿Raíz del problema? Sencillo: constantes golpes en partes delicadas del cráneo, ausencia de descansos o pausas activas, y el uso exagerado del alcohol. De vez en cuando, apneas del sueño si es que se descuidaba. En sí, todo un descuido. Sentir los nervios de punta con cada leve ruido, pues la soledad del hotel ha agudizado sus sentidos. Había pasado ya por mucho; todo le parecía asqueroso. Recobrar consciencia luego de lapsos de tiempo indefinidos entre desmayos y constantes mareos; la planificación se complicaba más por dichos problemas, pues pensar con el estómago vacío y la cabeza llena de gusanos no le era para nada útil en un trabajo como ese. Ahora debía acostumbrarse, pues ese era el valor de su vida. La cercanía a la muerte ya era más común para ella de lo que debería; tentar contra su vida en tantas ocasiones solo le hacía jugar con las probabilidades y así tener ese sentimiento vacío de la libertad de decidir sobre algo, tan fantasioso que le hacía reír.
Ahora mismo, se encontraba en una pequeña fiesta de té, pero no en un lugar común, sino en un cementerio, algo bastante común para la época. Literalmente estaba sentada sobre una tumba mientras comía galletas de sal y té de hierbas a plena luz nocturna en total ausencia de gente que tuviera la decencia de cuidarla. De alguna manera, eso le reconfortaba.
El estar aferrada a la vida y al mismo tiempo tan cerca de la muerte.
Bien sabía que no se encontraba sola. O más bien, solos. No eran las únicas almas dentro del lugar. Su mente estaba perdida, su mirada clavada sobre el color verdoso claro del té que, por un descuido, comenzó a tintarse de rojo. Pequeñas gotas de sangre cayeron sobre la susodicha taza. La sangre provenía de su nariz. Ese olor metálico nuevamente llenó sus fosas nasales. A pesar de ello, no le extrañaba pues le parecía bastante común.
—¿Debería detenerme ya? —murmuró para sí misma.
—¿Por qué? Ya lo destrozaste casi todo —esa voz femenina detrás de sí era tan... familiar—. Sería una pena dejar esto mal acabado.
Livia, una mujer delgada de cabello largo y color marrón, se giró rápidamente. Era esa maldita, Henriette.
—¿Creíste haberme matado? Te recuerdo que soy parte de ti —la mujer pelinegra, Henriette, se acercaba con una sonrisa perversa—. ¿Qué no ves? Perforar mi caja torácica no bastó. Tú también terminaste... rota.
—No me estés jodiendo... —dijo Livia murmurando—. ¡Mentira! ¡Falacia! ¿Qué haces aquí?
—Admitelo. Tienes miedo de mí, por desgracia para ti ahora... estamos juntas —la voz distorsionada de Henriette era la combinación de varias almas, de todas las que conformaban el cuerpo—. Ahora puedo desarmarte y unirte nuevamente, ¿ahora sientes lo que yo?
—No me has respondido —reclamó Livia.
—Tú y yo. Muertas.
Ya teniendo la cercanía suficiente, Henriette le dio un golpe en la frente. Se escuchó un sonido hueco.
Y ahí se encontraba, el cuerpo de la muchacha tirado junto a una estatua, la sangre seca sobre sus vestidos blancos sin contar con las manchas de lodo. La taza de cristal dejada a un lado desparramaba el líquido en el suelo, convirtiéndose en una exquisita comida para las pequeñas plantas nacientes. ¿Fue todo una alucinación? Todavía se lo pregunta.
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"Ten piedad, hija mía".
De Todo"Los secretos familiares no pueden ser ocultos por siempre".