—Reina. ¿Se encuentra bien?— Su voz se desvanecía y dejaba de ser tan nítida sin contar con la visión borrosa y el constante mareo que entorpecía su comportamiento, sus ojos entrecerrados solo lograban distinguir las figuras de lo que tenía en frente.
—¡Dígame qué le pasa, por favor!— Su tono de angustia decía todo lo que tenía que decir, esperando impaciente la respuesta del médico pues el ver cómo ella tambaleaba le intranquilizaba aún más.
—Recuéstela allí. Asegúrese de removerle las vestiduras lo suficiente como para que su temperatura disminuya. ¡Yaneth! Ve por una toalla húmeda— Ordenó el médico a su asistente.
Tomó una bocanada de aire para escupir sobre un recipiente; esos mareos le generaban vómito. Sorprendentemente ya era bilis lo que expulsaba. Era un estado peculiar pues el sistema nervioso comenzaba a fallarle y eso era algo evidente. Algo provocó esto. Veneno. Uno muy potente para que, la que de por sí era pálida, tomara el color de un copo de nieve. Una dama fría que permanecía viendo hacia la nada con una mirada perdida y sosegada. Era como si se encontrara en un limbo donde las voces ahogadas que escuchaba trataran de ayudarle a mantenerse con los ojos abiertos.
—Necesita regresar a su hotel. Lamento informarle, señor... Dante, que la señorita se encuentra en un estado delicado— Informó el médico de mediana edad— pues nos es imposible atenderla como es debido.
—¿Regresar al hotel?— Murmuró con sorpresa, el otro asintió— Pero... Si es que es el centro del pueblo, ¡no hay manera! Es muy riesgoso.
—Es eso o que ella muera por una gran falta médica de este sector— Repuso un sirviente.
—Por supuesto, según veo. La manera más sencilla para que ella regrese a la normalidad es regresando a su pueblo natal— El moreno hizo una mueca de desconcierto.
—¿Qué clase de receta es esta? Alguien aquí debe atenderla— Dijo ya más enfadado.
—Déjeme explicarle algo. Ella es un ser mágico, nosotros seres corrientes. Antes de que usted llegara, ella balbuceaba sobre una pequeña fuente que tenía detrás de su hotel— El médico mostraba severidad. Era un hombre recto que claramente no iba a dejar que un hombre de clase media baja tomara el atrevimiento de corregirle— Seguramente esta fuente, al igual que cada pueblo, tiene propiedades mágicas que le pueden ayudar en su recuperación.
—¿Fuente mágica?— Era algo de no creer. Le parecía irónico todo esto.
—Hay muchas cosas que no conocemos de estos seres. Y, agradezca, pues de ser otros médicos, ya habrían diseccionado el cuerpo de esta dama— Ambos se miraron con expresiones desafiantes. Era fácil de adivinar quién había perdido la discusión.
—Solo los monstruos hacen esas atrocidades— Dijo ya resignado.
—Además. Tome en cuenta que ella ha venido aquí sin damas de compañía, solo simples sirvientes que a duras penas cuidan de sí mismos— Observó de reojo a la mencionada, que se encontraba bebiendo un té de manzanilla que le había ofrecido uno de los presentes— Está desprotegida. Débil. ¿Qué otra opción tenemos?
Esa incógnita hizo eco en su cabeza, llevaba consigo un bolso de ungüentos dados por el médico junto con la silla de ruedas en la que tenía a salvo a Moon. Tuvo que atar su cintura para evitar que se cayera pues su cuerpo estaba débil y era incapaz de sostenerse por sí misma. Muy a su pesar, tuvo que cubrirla de mantas de hospital, muchas de ellas sucias con el fin de que no fuera reconocible para ningún interno allí. Ya estando en la habitación de hotel, Dante junto con los sirvientes, se dedicaron a empacar y guardar los ungüentos y demás objetos de valor. Tenían planeado irse de allí. Huir pues ya estaban consumidos por el miedo. Que por un descuido la reina esté en ese estado tan crítico les llenaría de vergüenza, y no solo eso, el repudio de sus compañeros y el odio del pueblo. Incluso tuvieron que cambiar sus ropas para hacerlas ver como las de una persona corriente en lugar de uniformes de sirvientes de la realeza. Todo este proceso llevó más tiempo de lo que pensaban pues en las calles ya había un rumor y a cada sirviente que veían, las preguntas no hacían falta para llegar a atormentarles. El sol ya estaba ocultándose. Su luz ya era tan insignificante y tan pequeña.
El tiempo se había agotado, al igual que los tickets para regresar al pueblo. Las estaciones cerradas, una mujer desmayada sobre un caballo... No sería buena idea de transporte. Muy inseguro. Sin salida hasta el día siguiente. Más agonía para alguien ya agonizante.
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"Ten piedad, hija mía".
Aléatoire"Los secretos familiares no pueden ser ocultos por siempre".