(Nowhere)
Los antiguos deleites de la Reina Lavanda se manifestaban en el circo de fenómenos, el circo de Nowhere un espectáculo que ofrecía una diversidad de maravillas para ser observadas y criticadas con la mirada. Había motivos diversos para abuchear y burlarse de cada uno de los actos presentados.En medio de ellos, destacaba una joven.
Una muchacha de apenas doce años en aquel entonces, con cabellos negros y tez blanca. Era la atracción principal del circo, la niña que no podía sentir dolor, conocida como "Carne de cañón". Delgada y expuesta con atuendos de bufón, participaba en todo tipo de trucos que involucraban sufrimiento. Desde la ruleta de cuchillos hasta escupirle fuego en el rostro, su dolor se convertía en parte de la diversión para los espectadores. No la de ella, sino la de aquellos que, movidos por el morbo, pagaban por presenciar tales torturas. Aunque incluso para esa época, maltratar a un infante de esa manera era considerado cruel. Sin embargo, los espectadores observaban con interés morboso, sin cuestionar las acciones, ya que provenían de la clase adinerada.
Las carcajadas no cesaban, y la multitud encontraba entretenimiento en el sufrimiento ajeno, pagando generosamente por presenciar tales actos sádicos.Pero, ¿quién se atrevería a cuestionar sus acciones? Después de todo, eran personas ricas y poderosas. Cuántas cosas el dinero podía hacer.
***
(Una sentencia)En su bar, ese día solitario y sin clientela, el amargo y caliente licor recorría las paredes de la garganta de la Arlequín. Una pequeña copa de alcohol, su único consuelo en medio de la soledad y la ausencia de vigilancia del persistente muchacho que la acosaba.Ese sabor del alcohol era su salvación, apartándola de pensamientos oscuros y cuestionables que, de alguna manera, le hacían perder el control.Suspiró profundamente, dejando que el efecto del alcohol y el aire caliente llenara sus pulmones inexistentes.
De repente, el sonido de engranajes la detuvo en seco. Se retorcía en su silla, sintiendo cómo los mecanismos en su pecho crujían, estrujando los pocos órganos que le quedaban. Su cuerpo de madera y metal luchaba contra los engranajes en movimiento constante, atorándose y sofocando sus tejidos internos.Buscó desesperadamente la llave plateada que le daba cuerda, rebuscando entre cajones del almacén, tosiendo con fuerza mientras perdía el equilibrio. La sustancia oscura se deslizaba lentamente por sus piernas, y su único ojo funcional buscaba frenéticamente la llave bajo el asiento.
Esa llave, tan crucial para ella.Encajó la llave en una cerradura invisible, la cerradura de su ausente corazón, dándole cuerda como si fuera un reloj. Los engranajes se desencajaban de sus órganos, sus costillas de madera se abrían de par en par, revelando sus órganos internos rodeados por engranajes y ruedas. El dolor se desvanecía lentamente mientras las agujas del reloj encontraban su lugar, y gran parte de la sustancia oscura se desperdiciaba en el suelo.Aunque no sentía nada, sabía que aplastar sus órganos con esos engranajes era un desastre que no podía permitirse.Suspiró aliviada, una sensación que surgió después de acomodar las costillas de madera y cerrarlas en su posición inicial. Era prácticamente un robot.
Pero entonces, esa sensación de alivio se desvaneció de sus manos, y lo único que pudo decir fue...
—No puedo sentir... nada...No experimento nada de dolor físico —murmuró, observándose en el reflejo del suelo lustrado—. Pero sí soy capaz de sentir eso... La rabia...Ese sentimiento le era ajeno, estaba segura de no tener nada de ese odio ni conflictos, pero algo, un pensamiento, la hizo reflexionar más profundamente.
—Yo soy su desperdicio.
***
(Una estúpida negación)El llanto de una pequeña niña de dos años enloquecía a dos mujeres que hacían todo lo posible por calmarla. Las mejillas de la niña estaban rojizas, lágrimas surcaban su tersa piel mientras pataleaba, sintiendo una incomodidad tremenda. Una de las mujeres, con coletas, rodeaba a la pequeña con peluches y juguetes caros para satisfacer sus caprichos. La otra, vestida de azul, entraba en pánico, buscando desesperadamente un biberón para saciar su hambre. Un hogar casi vacío, excepto por ellas dos, aunque la palabra "hogar" no parecía adecuada; más bien, era un edificio, dos mujeres jóvenes en un hotel solitario tratando de calmar a una bebé que lloraba a cántaros.Corría en círculos, nerviosa, buscando una solución para un problema fácil de tratar. La mujer de coletas apretaba con fuerza su mandíbula, sintiendo cómo su presión arterial subía con los gritos crecientes de la pequeña Amy. Su paciencia se había agotado desde hacía varios minutos, y ahora, estaba al borde de un ataque de nervios, llorando y sintiéndose entumecida mientras sus piernas temblaban.
Limpió su maquillaje con las manos enguantadas, secando sus lágrimas, con una visión borrosa de lo que apenas ocurría en ese momento.Fue cuestión de un suspiro. Por unos segundos, el llanto de la bebé se detuvo, pero los gritos iracundos de Àrd interrumpieron el breve silencio. La Reina, horrorizada, observó cómo la Arlequín agredía físicamente a la joven heredera. La Arlequín se quedó inmóvil, con miedo en sus pupilas dilatadas, jadeando con adrenalina. Había perdido la cabeza en uno de sus arrebatos de ira, y esta vez le costaría caro.Su mano enguantada reveló heridas hasta los brazos, llenas de quemaduras bajo el guante. Eran quemaduras de primer grado, una piel rosada y arrugada, una gran diferencia en comparación con el resto de su piel visible. Se acercó rápidamente hacia la mujer de coletas, sacando un cuchillo de plata del escote de su vestido. Atravesó su caja torácica mientras el corazón, ese tejido vital, dejaba de palpitar lentamente, sosteniéndolo en su mano desnuda.El esmalte de sus uñas, de un color rubí oscuro, evidenciaba su agitación. Empujó el cuerpo deshecho de la mujer contra la pared, dejando caer un reloj a cuerda que colgaba ahí. El cuerpo inerte de la Arlequín y un reloj destrozado quedaron en el suelo.
—Prometo... que voy a repararte. Vas a estar como nueva, lo juro —murmuró con voz temblorosa y quebrada, espantada por su propia acción—. Tú serás mi contenedor. Contendrás toda esa ira dentro de mí y serás justo como yo quiera. Serás una niña buena, lo prometo —dijo entre lágrimas.
Y eso mismo se propuso, ajustó con fuerza la carne roja contra tornillos, sujetando con fuerza los miembros mutilados de la joven con la que antes discutió. El chirriante sonido del metal contra sus huesos, que forzosamente se unía con los músculos internos y ligamentos. Visceral y desagradable era esto, incluso para ella. Más sin embargo... En su retorcida cabeza, la joven aún sería útil. De alguna forma tenía que serlo.
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"Ten piedad, hija mía".
Random"Los secretos familiares no pueden ser ocultos por siempre".