(Amy, condenada)
Varias tazas de café llenaban su estómago hambriento, jugando con sus pensamientos. En su habitación, la antigua portadora de un cuerpo semivacío escribía sobre un papel, un sabor amargo en su boca seca, su cabello enredado y suelto en plena noche oscura mantenía su cordura entre una pila de papeles desordenados; sus ojeras eran ahora una característica muy inusual en ella. Claramente, no había dormido bien por varios días, pero la pregunta aquí es ¿Qué lo provocaba? Claro y simple, esas pesadillas y ensoñaciones la perseguían desde el día en el que tocó esa arma blanca y reluciente que tanto atrajo su atención aquel día.
Pero todo era un paraíso sangriento.
Pensamientos intrigantes que llegaban de vez en cuando a atormentarle, muy similares a recuerdos vistos desde otra perspectiva como si ella viera desde el cuerpo ajeno lo que sucedía fuera, recuerdos viejos y marchitos que no le pertenecían pero de alguna forma perforaban su cabeza, permaneciendo ahí, cada uno más extraño que el anterior. Solo esos recuerdos en su mente, pasando en momentos inoportunos, atormentando su cabeza y distorsionando sus memorias.
Llevaba mucho tiempo sin dormir bien, no pensaba claramente. Esos garabatos sin ton ni son de alguna forma representaban esas memorias que, por alguna razón, se encontraban en esa caja de Pandora que solía llamar mente; sentía su boca reseca y su garganta rasposa como si esas tazas de café hubieran pasado por sentado, no sentía nada refrescante, mucho menos para tranquilizarle, lo cual le inquietaba más. Su ansiedad aumentó conforme los días pasaban, buscaba refugiarse en la comida que robaba de la alacena de la cocina a escondidas, bajo su cama, en su clóset, tras sus ropas se encontraban algunos de sus escondites de comida: algo de fruta, carne y de vez en cuando arroz crudo. Al no saber cocinar, se conformaba con algunos cereales y frutas; el consumo de estos era diario, incluso muchos notaron el gran apetito que tenía, pero aún así, siempre se sentía vacía.
Pilas de hojas y basura sobre la mesa, hojas que tenían dibujos de esas cosas que veía, esas alucinaciones o recuerdos que tenía cuando pasaba a un estado más crítico; su ventana cerrada iluminando su mesa con la luz lunar que acompañaba a esa alma confundida que buscaba respuestas a esas dudas que invadían su mente. Eran cerca de las dos de la mañana, su cuerpo se había cansado pero su mente se mantenía despierta buscando quisquillosamente respuestas.
Pasaron varios minutos, su espalda ardía, esas tazas de café tuvieron un efecto muy efímero a comparación de lo que ella esperaba. Se levantó de su asiento quitándose sus zapatos. Gracias a la falta de equilibrio, cayó al suelo, pero era de esperarse, su cuerpo ya era por poco un desecho; Amy trató de levantarse pero no podía mover sus piernas, estaba a punto de quedarse dormida hasta que un estruendo muy fuerte sonó tras de ella.
Las ventanas abiertas de par en par y una ventisca descomunal hicieron que esas pilas de hojas revolotearan al igual que un ave volando muy lejos de allí, reaccionó luego de unos segundos agarrando algunas hojas, arrugándolas con sus manos, aferrándolas para que no fueran lejos. Su frustración era muy visible, cerró las ventanas al instante mientras el resto de hojas caían en el suelo, se sentía enfadada luego de ver que todo ese trabajo era desperdiciado por un descuido, una pequeñez que le hizo pagar muchas horas de su tiempo y derrocharlas de esa forma.Qué pérdida, pensó.
Viró por unos instantes a la ventana abriendo sus cortinas un poco para contemplar la completa nada, sus dibujos esparcidos por todo el pueblo, el día más frío del mundo según ella. Desató su cabello y se tiró a la cama como piedra, esperando ese gran alivio que el sueño le concedería, el frío que se había impregnado en su habitación poco a poco se fue yendo gracias a la calidez de sus sábanas que la cubrían como oruga, arrullándole como si de un crío se tratase. Finalmente, cayó al mundo de los sueños, ese dulce elixir que la vida le concedía para que su cuerpo y existencia mortal descansaran, el dulce abrazo de la noche.
Gotas de lluvia caían en los vidrios de su ventana, la que comenzó siendo una llovizna ligera y tranquila terminó siendo una auténtica tormenta nocturna que Amy ignoró debido al cansancio que sentía.
Finalmente adentrándose en el sueño y la paz. Ese país de los sueños tan distorsionado y mórbido era dueño de sus pensamientos, la falta de aire, sus gritos ahogados y ese espacio tan limitado que poco a poco la reducía. Se sentía como un animal enjaulado, deseando el final de esa agonía, su cuerpo sin vida. Dolor. Todo lo que sentía, su corazón latiendo al igual que el de un ratón sintiendo la adrenalina pasar por su sangre, buscando librarse de lo que la oprimía, sentía como si el oxígeno le hubiera sido arrebatado, esa presión en su pecho le limitaba aún más.
Cada sentido lo fue perdiendo lentamente al igual que los latidos de su corazón disminuían, no podía ver ya nada, solo oía la lluvia, pero esta vez había ese algo más que acompañaba esos sonidos, gruñidos roncos que sentía detrás de su nuca. Es tiempo de su ejecución.
***
(Humillación)Rasgaba sus ropas salvajemente, arañaba su piel pálida dejando ver ese color carmesí que salía de aquellas heridas, desnudándole poco a poco, llantos y gritos incesantes se escuchaban en ese espacio relativo, su propia mente o eso creía. Estando desnuda por completo con moretones y rasguños en toda su blanca piel, se arrodilló para tomar sus ropas tiradas en el suelo, tiras de ropa sucia y rasgada, trató de cubrir su piel desnuda, llorando desesperada.El dolor de cabeza volvió más fuerte, como un impulso de locura, una bala traspasando su cráneo, cayendo al suelo de nuevo, el escenario repitiéndose. La carne expuesta, sus órganos asomándose, un tortura maquiavelica sin precedentes.
Deshonrando su nombre cada vez más, repitiendo esos escenarios una y otra vez, presenciando en primera persona cómo la humillaban, apenas escuchando los ecos de su voz gritando y suplicando para que dicha pesadilla acabara. Cerca de cinco veces pasó por esto, diferentes escenarios que la reducían y acomplejaban de muchas maneras. No solo sentía vergüenza, se sentía acorralada, humillada por esa criatura que, aún estando presente frente a ella, solo observaba, espectador de su sufrimiento, creando cada vez más las consecuencias que le atrapaban, sintiéndose cada vez más miserable e indeseable.Entre esas pesadillas deformaban su cuerpo, arrancando sus órganos, quemando sus cabellos, destrozándole por completo.Vomitaba sobre sus propias heces, presionando tan fuerte sus puños para intentar tolerar el asco de verse en esa situación tan denigrante.Perforando su tráquea, arrancando su espina dorsal, separando sus carnes de dos en dos. Un infierno para una pobre niña curiosa; la curiosidad es tu condena.
La habitación se llenaba de un olor fétido, una mezcla de sangre, heces y orina Amy, indefensa ante el macabro espectáculo que su propia mente le ofrecía, se retorcía en el suelo, intentando escapar de la realidad distorsionada que la aprisionaba. Cada rincón de su ser estaba marcado por la brutalidad de sus visiones, su piel maltratada y sus ojos, reflejo del pavor que habitaba en su interior. La figura sombría que observaba sus sufrimientos se deleitaba en cada muestra de desesperación.
Cada acto grotesco y sádico era un recordatorio de la fragilidad humana, un recordatorio que Amy no podía ignorar, aunque quisiera. La criatura se manifestaba en sus peores pesadillas, alimentándose de la angustia que destilaba.En ese abismo de tormento, Amy continuaba su descenso hacia la locura. Las escenas se sucedían una tras otra, un ciclo interminable de horror que la arrastraba a la oscuridad más profunda de su propia psique. Los susurros malévolos resonaban en su mente, mezclándose con los gemidos de agonía que escapaban de sus labios.El frío de la habitación contrastaba con el calor sofocante de la pesadilla. Amy, desnuda y vulnerable, se aferraba a la última hebra de cordura mientras la criatura tejía un tapiz de sufrimiento a su alrededor.
Cada vez que intentaba cerrar los ojos para escapar, se encontraba atrapada en un bucle perverso, reviviendo una y otra vez la pesadilla visceral que la consumía.En el rincón más oscuro de su mente, Amy anhelaba despertar de esta tortura onírica, pero la frontera entre realidad y pesadilla se desdibujaba más con cada instante.
El horror la abrazaba como una sombra eterna, y la criatura se cernía sobre ella, insaciable en su sed de sufrimiento.La ejecución de su cordura estaba en marcha, y el precio de su curiosidad era más alto de lo que jamás habría imaginado.
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"Ten piedad, hija mía".
Aléatoire"Los secretos familiares no pueden ser ocultos por siempre".