Dos Idiotas Y Un Incendio - Segundo Capítulo

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(El infierno terrenal)

Cenizas era todo lo que quedaba, resultado de mil desgracias, un destino cruel que condenaba esas cenizas que algún día fueron parte de un cuerpo único. Tomando toda su humanidad, moldeándola a su favor, convirtiendo toda su vida en un desastre, el día en una inmensa oscuridad. Un escenario horroroso en el que se encontraba, era el cuerpo difícil de manejar y muy impredecible, puntada deshaciéndose hilera por hilera. Eso no lo permitiría, dicha bestia se encargaría de mantener ese cuerpo con cada pieza necesaria unida. Jamás se separará; tendrá que unir pieza por pieza sin importar qué tan roto esté el cuerpo o qué tan quebrada esté el alma.

"No puede desarmarse, no pierdas el control". Se decía para sí misma esa mente mezclada entre pensamientos puros y otros más impíos, aunque los más mórbidos predominaban en la conciencia.

Fragmentos muy pocos, esparcidos en dos lugares; una pieza en Morcrio, la criatura de grandes cuernos y ojos luminosos que ahora tenía un cuerpo tan lleno como el aire y tan vacío como su interior. Pobre alma en pena, jamás sabrá qué pasará. Otra pieza luchaba, quería ser libre y autónoma por primera vez en ese infierno lleno de tortura y sufrimiento, queriendo salir de su propia mente, queriendo interferir en tales planes desquiciados que dicha bestia quería hacer para cumplir esos deseos tan enfermos. Perdiendo el control. Perdiendo la cabeza, esta vez literalmente. Pues la cabeza es lo único que en dicha criatura fantasmal se logra divisar, cuernos, pequeño alce, diría yo.Cenizas y dos piezas, un muñeco de trapo y cueros humanos y dos piezas perdidas en el limbo. Era todo lo que quedaba de Amaris, pues el cuerpo le ha sido arrebatado por su propia madre.

Esa alma está tan vacía como su cuerpo, tan podrido como su corazón. La Bestia, su madre, acechando su cuerpo mortal, tocando, perturbando, su mente y corrompiendo el cuerpo de esa niña.
Una mujer delgada con cabellos abundantes y enredados se encontraba meciendo a una pequeña bebé, arrullándola mientras la cría lloraba. Tras unos arbustos de un bosque seco y solitario, desaliñada bajo el manto de su madre que le cubría con ropas sucias, el cuerpo de su madre semidesnudo, a excepción de una camiseta larga tan sucia como la tierra que pisaba. El resto de las ropas cubrían a la pequeña criatura llorona que soltaba quejidos en busca del pecho de su madre, hambrienta, ambas lo estaban.

Relamía sus labios, viendo las tersas y suaves mejillas de su bebé, mientras que sus lágrimas se deslizaban entre sus jugosas mejillas. Gruñendo, anhelando probar y tomar un poco del líquido de sabor metálico y color carmín que de sus carnes obtendría, buscaba saciarse, pero se abstuvo, todo gracias a un pequeño acto de redención tan pequeño como su hija y su empatía.

Llevándola en una canasta hasta toparse con un gran edificio de obra gris, al igual que las emociones de sus habitantes, un orfanato.Escabulléndose en las sombras como solía hacer, cargó a la bebé dormida, y debido a la ausencia de personas y escondites, la dejó bajo una mesa. La arropó con la poca ropa que tenía y dejó un papel reposado en las pequeñas manos de la bebé. "Mi nombre es..." Eso decía dicho papel. Se detuvo por un momento al darse cuenta de que su hija no tenía un nombre por el cual llamarle; Bella, pensó. Fue lo primero que le pasó por la cabeza, ya que esta tenía cierta afinidad con una planta que poseía dicho nombre, la Belladona o más conocida como "La droga de las brujas".

No tenía una pluma entintada y mucho menos algo con lo que escribir, así que optó por no escribir nada en dicho trozo de papel, grave error.El olor a humo llenaba sus narices, perdiendo el oxígeno para que luego, de forma egoísta, le dejara ahí, bajo la mesa con la esperanza de resguardarle de alguna forma. Rompió una de las ventanas del edificio y se fue muy lejos de allí. La pequeña cría lloraba a cántaros desesperadamente buscando el abrazo de su madre o alguien que le acogiera en su manto, buscando los brazos de una mujer en los cuales apoyarse. Encontró una.

"Ten piedad, hija mía". Donde viven las historias. Descúbrelo ahora