CAPÍTULO 40

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CAPÍTULO 40

En ningún momento Miriam recordó su promesa de buscar trabajo. ¡Obvio no! Alcohol + Depresión = Dormir todo el día.

Miriam aplicaba la vieja fórmula de los alcohólicos profesionales: no comía para no diluir el efecto. Es muy lógico, si quieres autodestruirte. Alcanzar la ebriedad le costaba demasiado dinero como para arruinarlo comiendo. En realidad, llevaba varios años haciendo esto.

Una de esas mañanas, escuchó a Jorge al salir. ¿Dijo que iba a la escuela? ¡Al fin tenía la casa para ella sola! Despeinada, con la cara marcada por las sábanas, se dirigió a su cajón de calzones para sacar la botella. Casi vacía. La empinó sobre su boca. Un chorrito llegó a su lengua. ¡Necesito más! Llamar a la tienda para que le mandaran un litro de vodka era parte de la rutina. Pero esta vez fue diferente, porque no tenía dinero, entonces no llamó a la tienda, sino a un teléfono que se sabía de memoria.

─Dime ─contestó una voz.

─Hola ─dijo ella esperanzada, quizá esta vez pudieran hablar.

─Te dije que no me llamaras─ advirtió él.

─Ya sé, perdón... Pero... Me está yendo muy mal, Isidro... ¿Me puedes ayudar?

─...

─Isidro... Por favor... ¿Me puedes apoyar con algo, aunque sea un po...

Isidro decidió que no habría ningún apoyo. Es tan fácil deshacerte de las personas por teléfono, en especial cuando te piden dinero.

Apretando los labios, Miriam se sentó sobre la cama.

Ansiosa y desnuda, se puso a husmear buscando dinero. En la cocina, su mamá tenía una lata con monedas para el garrafón de agua y gastos pequeños. Despídete de tus monedas. Buscó en los escondites de su mamá, en los de su hijo y debajo de los colchones. Comenzando a desesperarse, registró lugares inverosímiles, como el bote del azúcar. Un billete de 100 en la bolsa de un pantalón sucio de Jorge hizo el milagro. Marcó el número de todos los días...

─Hola... Buen día. Ya sabes quién habla ¿no?

─Ah... Buenos días, señora ─le contestó atareado el empleado de la tienda. ─¿En qué le puedo servir?

─¿Cómo en qué? ¿Pues qué no me conoces? Mándame una de Oso Ruso.

Se hizo un silencio incómodo.

─Pues vodka sí hay, señito, pero lo que no hay es quién se lo lleve a su casa.

─Pues el muchacho de siempre ¿no?

─¡Híjole, clientita, es que él acompleta su sueldo con las propinas, pero dice que usted no le da nada... Y así ¿pues cómo?

─Mándamelo, a ver si le junto algo.

─Es que no se va a poder... ¿Por qué no viene usted por su encargo? ¡Acá le guardo su botella! ─así concluyó la llamada.

Furiosa, se calzó las pantuflas, cubrió su piel con su batita y salió a la calle importándole un pepino que sus pezones bailotearan escandalizando a las vecinas. Sus chanclas aplaudían al ritmo de sus pasos.

─Ni modo... ─dice en cuanto regresa. Saca un vaso y sirve el vodka sin miedo ─¡Hoy no alcanzó para jugo de naranja!

Además de beber en ayunas, otra costumbre de los alcohólicos es beber duro desde el inicio. Lo descubrió sola. Lo importante era llegar a la velocidad crucero y mantenerse en ella con sorbos pequeños. Con el estómago vacío desde el día anterior, en poco tiempo se derrumbó en la cama.

─¡Isidro, te extraño! ─sollozó.   



CONTINUARÁ...

LA AUTOPSIA DEL ÁNGELDonde viven las historias. Descúbrelo ahora