CAPÍTULO 23

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CAPÍTULO 23

Vieron a la Diosa, con su uniforme de porrista, de rodillas, engullendo el mítico falo de Jorge hasta no dejar nada. ¡Gracias, su majestad Blú, ya puedo morir en paz! Vieron a Jorge, recargado sobre el escritorio, con los pantalones hasta las rodillas, con la cara hacia el techo, víctima de un glorioso sexo oral que lo mantenía suspendido en la orilla del orgasmo. Su erección retadora era el único interés de Blú, que mamaba perdida en su propio planeta sexual donde era la reina y no necesitaba reprimirse.

––¡Te juro que era Blú mamándosela a su novio! ––alguien gritó afuera y estalló un festejo como de spring breakers. Los cuatro o cinco segundos que duró la visión los marcó de por vida, fugaces en el tiempo, pero los más intensos en su memoria. Regresarían a ella interminablemente en sus recuerdos; la convertían en ninfómana sumisa de sus fantasías sexuales y la buscarían a través de otras muchas (cientos, quizá) de mujeres y eso los haría desdichados porque era imposible encontrar otra Blú. La puerta se cerró. Su máxima fantasía estaba detrás de esa pinche puerta ¡y se lo estaban perdiendo!

Blú era de esas mujeres que pierden el control cuando tienen sexo. Simplemente se dejó llevar, dispuesta a todo, hasta donde él quisiera. Era como deslizarse por un lubricado tobogán orgásmico donde cualquier cosa podía suceder. Nunca lo sabían cuando tenían sexo. Las ocurrencias de Blú cuando estaba en modo Give Me More! eran excitantes porque siempre iban en creciente intensidad. En cuanto el primer grupo de mirones entró al aula, el Comebachas cerró la puerta quedándose afuera para controlar a los que faltaban.

─¡¿Qué les dije, pinches perros calenturientos, pajeros de mierda?! ¡¿Qué les dije, chingada madre?! ¿Ven cómo sí son pendejos? Se los repito, cómo no, porque ya vi que son medio pendejos: la entrada cuesta 300 pesos. Todavía tienen tiempo de ir a conseguirlos... ¡Muevan el culo!

La desbandada de macacos super acelerados que corrieron a conseguir dinero irrumpió en la normalidad del plantel. Se corrió la voz. Obviamente. Comenzaron a llegar más mirones. Y luego más. El Comebachas cobró cada entrada hasta que el salón quedó repleto como el metro de Tokio, estación Tlalnepantla. Solo apartaron un reducido espacio alrededor del escritorio, donde estaba ocurriendo la experiencia más perturbadora que hubieran tenido hasta entonces. Y era solo el comienzo. 



Continuará... 

LA AUTOPSIA DEL ÁNGELDonde viven las historias. Descúbrelo ahora