CAPÍTULO 52 -Simón-

34 16 0
                                    


CAPÍTULO 52

SIMÓN


La pesada cortina de acero bajó ruidosamente. Todo Barato estaba CERRADO POR INVENTARIO, así decían los letreros que Lorena estaba terminando de pegar con cinta.

─Ya. Vámonos, vámonos ─dijo el gerente cuando cerró el último candado.

Motel Minerva. No estaba tan mal. El cuarto tenía una fuente (de esas que cambian de colores) dedicada al primitivo y lujurioso dios Pan, algo lógico y elegante, ya que es el dios de la lujuria, pero a Lorena le pareció un altar a Satanás.

─¿Qué estoy haciendo? ─pensó. ─¡Esta tiene que ser una señal!

Cohibida, se sentó sobre la cama. Muchos pensamientos le zumbaban. Sentía culpa y vergüenza, aunque... finalmente, no había tenido sexo en mucho tiempo.

─Ojalá no estuvieras casado ─dijo Lorena cuando Simón se sentó a su lado. En silencio, vio cómo acarició largamente su muslo, muy despacio. Le separó las piernas. Lorena se resistió un poco, pero fue cediendo a las caricias.

Se miró en el espejo del techo. Estaba desnuda, abierta de piernas y soportaba encima a una especie de sapo gigante, blanco y aguado, que intentaba penetrarla.

─¡Ándale, Compañero, tenemos una misión! ─le decía a su rosado pene blando.

¡¿El tipo le había puesto nombre a su pene?! Se sintió más ridícula que nunca.

─¡¿Qué estamos haciendo?! ─le preguntó a la Lorena del espejo.

─Estamos aquí, haciendo esto, porque tenías ganas de que te cogieran ─contestó la Lorena que flotaba en el techo.

─¡No es cierto! ─contestó Lorena Me Too.

─Ya habías recibido el préstamo. Sí, estamos aquí es por gratitud ─contestó Lorena En las Alturas.

En ese momento, el altar satánico se iluminó de rojo y en la habitación contigua se escuchó una risotada que no podía ser sino del diablo riéndose de ella.

─¡No, no necesito ser tu puta! ─le gritó. ─Merecía ese préstamo, mi trabajo es bueno y honesto.

─¿Qué? ─preguntó su jefe.

Con su peso, Simón casi no la dejaba respirar. Olía a sudor y loción de los años 90. Hasta en eso era tacaño. Acabemos con esto. Levantó con fuerza la cadera y se quitó al jefe de encima. ¿Dónde están mis calzones? Eran tan chiquitos que no los encontraba. Se comenzó a vestir sin ellos.

─¡¿Qué pasa?! ─gritó el cerdo capitalista.

─¡¿Qué pasa de qué, Simón?! Ni siquiera me está entrando. Ya me voy.

Y se fue.  



CONTINUARÁ...

LA AUTOPSIA DEL ÁNGELDonde viven las historias. Descúbrelo ahora