Una rara sensación.

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Esa noche se divirtió ciertamente, habían llegado más personas a la casa y se convirtió en una especie de fiesta/reunión con personajes del medio, no recordó a la mujer de ojos verdes sino hasta el día siguiente después de que su resaca se apaciguara, pensó en pedirle su número de teléfono a Daniela, pero rápidamente descartó esa idea al no pensar en una excusa lo suficientemente buena como para hacer aquello, seguro que la mujer le preguntaría más de una cosa.

En pocas palabras decidió dejar aquel tema de lado, además la forma en que se sintió en aquel momento la hizo sentirse en alerta, prefería olvidarlo ciertamente. Y en realidad no volvió a recordarlo por los siguientes días, estaba demasiado ocupada con el proceso de su siguiente álbum para prestar demasiada atención a cualquier otro tema exterior a aquello, o por lo menos hasta que pasaron unos días, nuevamente era fin de semana cuando le avisaron que habría una especie de fiesta en honor a todo lo sucedido la semana anterior con el programa, al parecer había tenido una gran audiencia aquel día, y su idea era no asistir debido a tanto trabajo que le surgía con el lanzamiento de su álbum a la vuelta de la esquina, pero sus planes cambiaron cuando Alberto se presentó en la puerta de su apartamento exigiéndole que asistiera.

—Juan Gabriel, ya le dije que no pienso asistir. — aseguraba Ana mientras caminaba a través de su sala para llegar hasta una pequeña oficina que tenía.

Detrás de ella caminaba Alberto mientras viraba los ojos harto de escuchar a la mujer llamarlo así, solamente se llamaban por sus nombres artísticos para molestarse, él ya iba vestido con un bonito traje azul oscuro sin corbata.

—Anita, ya te expliqué porque tienes que ir. — mencionó cuando finalmente llagaron a la dichosa oficina que es donde Ana mantenía "sus cosas de trabajo".

—Socializar no es una buena razón. — le aseguró cruzándose de brazos mientras lo veía. — Además ya te dije que tengo mucho que hacer.

Dijo mientras finalmente se sentaba.

—Entonces no me iré de aquí hasta que te cambies para irnos Lupita. — le aseguró ahora el cantautor mientras se sentaba en una silla frente a su escritorio y se cruzaba de brazos.

Ana solo suspiró, sabía que Alberto es muy decidido, pero aquello no dejaba de sorprenderle.

—Además, sé que quieres ir, ¿por qué tanto negarte?

Y siempre tenía la razón también.

—No tengo que ponerme. — dijo dándose por vencida.

—Por eso no se me preocupe mi Lupita, que usted se ve bien hasta con el pijama. — hablaba mientras se levantaba con emoción y se dirigió hacia ella. —Vengase, que ahorita seguro encontramos algo.

La tomó de la mano para levantarla y se la llevó directo a la sala en donde había una caja blanca sobre el sofá, aquello hizo fruncir el ceño a la mujer, estaba segura que eso no estaba ahí antes.

—Compré algo para ti, si te gusta te lo pones, sino ahorita me encargo de buscar en tu closet que algo habrá.

Después señaló la caja y Ana procedió a abrirla.

—Sé que no te gustan mucho los vestidos, así que te elegí un bonito traje. — sonrió.

—Alberto, no tenías que hacerlo. — dijo cuando vio el traje de color azul, casi tan oscuro como el que él llevaba. —Muchas gracias.

Sonrió y le dio un pequeño abrazo, agradecía el momento en que conoció a aquel hombre tan maravilloso, lo hacia todos los días.

—Nada de gracias, que lo hago con gusto reina, ahora cámbiate que se nos va a hacer tarde.

Como la luna y el solDonde viven las historias. Descúbrelo ahora