10 // Decepción

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¡PUM!

De pronto oí un rugir, palabras al aire, mis oídos no distinguían bien que era lo que decía, y al abrir los ojos, todo parecía dar vueltas. Aún me sentía cansada y adolorida.

Sentí la necesidad de ir al baño y vomitar, mi estómago se sentía extraño. Al volverme, tuve la impresión que era mamá entrando a la habitación, con Kelly en brazos, echando gritos y reclamos, la verdad no le escuchaba ni entendía bien lo que estaba diciendo. Habló y habló, y yo caminé hacia el baño, poniendo mi mano sobre mi vientre. Al final, lo solté todo.

− ¿En qué estabas pensado? ¡¿Cómo pudiste hacernos esto?! – escuche a mi mamá reclamarme.

Yo seguía en lo mío, vomitando toda la mierda que tenía en el cuerpo.

− Ya no estás sola, Elena, ¡ya tienes una hija por la que ver y cuidar! ¡No puedes andar en la calle haciéndose lo que te dé la gana!

No me preguntó siquiera como estaba, o quizá me lo preguntó, pero no me dejó responder. Siguió con sus gritos y reclamos y a los pocos minutos, salió de la recamara hecha una furia. Yo suspiré y alcé la cabeza, recargada sobre la taza del baño, hecha un asco.

Tenía que trabajar, pero me resultaba difícil salir de la cama con el dolor fuerte de cabeza y el cuerpo adolorido. Así que ese día me lo tomé libre y le mandé un mensaje a mi jefa. No llevaba casi un mes y había fallado, genial.

Las personas que son como yo, drogadictas y alcohólicas, vuelven a caer. Mi mente rebobino todos los momentos que pude rescatar, de cuando llegué a la fiesta, y aun así, no lograba acordarme de todo. Lo que si estaba segura es que no había tenido sexo con nadie, y eso me tranquilizaba. No estaba preparada para otra sorpresa porque apenas y podía con mi única y preciada hija que tenía. Sin embargo, no podía dejar de lado el pensamiento de querer volver a sentir la adrenalina y satisfacción de ingerir cocaína o alguna otra droga que estuviera a mi alcance.

Al día siguiente llegue con paso avergonzado y me metí de prisa a los vestidores, antes de que Vanessa pudiera decirme cualquier cosa. Sin embargo, no me salvé.

− Elenita, que milagro. ¿Qué tal tu descanso de ayer? – preguntó Vanessa detrás de mí con voz desagradable.

− Bien, ya estoy mejor, gracias por preguntar...

− Oh, no, no, no. No me malinterpretes, querida. No te pregunté por qué me preocupes, sino porque un pajarito comento que lo habías pasado bomba – Alejandra fue de chismosa, quizá −. Esta semana tu día de descanso fue ayer, así que si no quieres que te descontemos un día; síguete toda la semana corrida.

Se dio media vuelta y dio un portazo. Yo suspiré y seguí guardando mis pertenencias en mi locker.

En la hora de la merienda, decidí comer algo en el restaurante de abajo, primer piso. Pedí un plato de spaguetti, papas a la francesa y refresco de manzana. Mientras consumía con desgana mi plato de comida oí a lo lejos detrás de mí un bullicio de chicos jóvenes, reían y charlaban de una fiesta, echaban cartas también, parecía que era el juego del uno, no estaba segura. A penas los había visto de reojo, pero llamaban mucho mi atención; en especial uno. Me volví. Eran cinco, uno de ellos tenía el cabello chino, negro y unos ojos grandes llenos de profundidad. Los demás tipos también no estaban tan mal. Se me hacían muy conocidos. El chico de cabellos chinos dejo las cartas y vino caminando hacia mi mesa.

− ¿Elena? – preguntó.

Fruncí el ceño, se me hizo raro que supiera mi nombre.

− ¿Y tú eres?

− Jaseft. Me llamo Jaseft, nos conocimos ayer en la fiesta. ¿No te acuerdas de mí? Paso a la derecha, paso a la izquierda.

El movió los pies y sonreía. Me pareció algo gracioso y reí. Estaba haciendo el ridículo en frente de todos.

Una mamá imperfecta amada por un Dios perfectoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora