36. Metanoia.

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Esa tarde nos citaron en la iglesia para hacer la limpieza. Era sábado y un día caluroso y con los cielos limpios. Se pronosticaba una buena tarde para salir a pasear o caminar. Después de ayudar en la iglesia, tenía planeado llevar a Kelly al parque e instalar la pequeña alberca que mi padre había comprado hace algunos meses.

 Después de ayudar en la iglesia, tenía planeado llevar a Kelly al parque e instalar la pequeña alberca que mi padre había comprado hace algunos meses

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Cuando llegué, noté que había ya varios jóvenes preparando el agua para trapear, limpiando ventanas o barriendo los patios. Leah se acercó a mí corriendo en cuanto me vio.

— ¡Hola linda! Ven, ayúdame a limpiar los vidrios de las puertas del auditorio. — me dijo tirando del brazo.

En el momento que entramos con nuestras herramientas de trabajo, pude sentir su mirada posando en mí. Se encontraba arriba en el altar, tocando la batería mientras Mario entonaba una canción que no había escuchado antes. Se encontraba el grupo de alabanza ensayando para el culto de mañana. Desvíe mis ojos hacia los de Leah y disimule indiferencia, como si yo no lo hubiera visto. Pero lo pude notar en el reflejo del vidrio; Juan estaba mirándome mientras soltaba tamborazos. Sonreí de nervios. Recordé lo que Daniela había insinuado en la fiesta.

— ¿Por qué sonríes? — me pregunto Leah mientras frotaba el trapo sobre el vidrio.

— Por nada, recordé algo — mentí.

— No me digas que estás pensando en...

Sus ojos se volvieron discretamente hacia donde estaba Juan y sonrió.

— Sabes que no es eso.

— ¡Sabes que sí!

— ¿Por qué insisten con eso?

— Yo no —comento Leah levantando los hombros.

— Ya les dije que no estoy interesada. Y aparte, Kelly lo tiene que aprobar. Tiene que ser un buen hombre que ame a mi hija y ella a él. Juan ni siquiera se ha interesado tanto en ella.

— Tienes razón — dijo Leah viéndome con recelo —. No les hagas caso. Tú sigue en lo tuyo. Estas sanando también las heridas que te dejo Jonathan.

— Las cicatrices siguen ahí como recordatorio de no volverla a cagar.

— ¡Elena! — Leah no estaba acostumbrada a las palabras grotescas.

— Es la verdad. No vuelvo a enrollarme con alguien que no tenga los pies en la tierra.

— Y los ojos en el cielo, recuérdalo — añadió Leah riendo y asintiendo con la cabeza.

— ¡Y los ojos en el cielo! Claro, tiene que ser cristiano.

— Pero pienso que tú ya no quiere nada de nada, ¿verdad?

— No. Te digo que quiero solo enfocarme en Dios, mi hija y la escuela. Nada más.

— Te admiro mucho — confesó Leah.

Una mamá imperfecta amada por un Dios perfectoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora