33. Una nueva compañía

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Caminamos juntos y hubo un silencio incómodo por un momento. Juan miraba a todos lados, tratando de disimular los nervios que le causaba ir al paso conmigo. Había cambiado de look, se había teñido las puntas de su pelo de rubio y llevaba unos lentes, una sudadera gris, unos jogger negros y unos tenis deportivos. Se veía casual pero atractivo.  A veces nos veíamos a los ojos y soltaba una sonrisa leve pero inquieta. Podía sentir esa vibra que me hacía recordar esos momentos a solas con Jonathan. Esos días en los que parecíamos adolescentes viviendo el primero amor. Aquí la diferencia, era que yo era una "adulta" mamá, y él un muchacho solitario con faltos de experiencia.

— ¿Por qué viniste sola? Tu mamá no te quiso acompañar.

— No. Bueno si, pero al final vio que se le iba a complicar por las cosas que faltaban por hacer y decidió no ir — respondí con cordialidad.

— Y qué bonito día el de hoy. ¿Iras al parque con tu hija? — me preguntó Juan desviando el tema.

Suspire y observé. El sol había teñido el cielo de un naranja rosado y el aire fresco emanaba reposo y anunciaba un buen día para salir a caminar o andar en bici.

— Yo creo que sí.

— ¿Puedo ir contigo?

— ¿No trabajas? — le pregunté porque eso era lo que asumía.

— Sí, pero hoy descanso.

— ¿Y de qué trabajas?

— Soy guardia de una privada con casas pero es de Miércoles a Lunes, así que tengo el chance de invitarte un helado.

¿Qué? ¿Un helado? ¿A qué iba todo esto?

— Ok, vamos por Kelly y salimos en veinte minutos.

A mi madre le extraño que saliera esa tarde a caminar al parque con Kelly, porque normalmente los martes eran días de estar en casa, limpiar la habitación y dejar a Kelly una media hora más de lo habitual jugando y entreteniéndose en la bañera ya que no salíamos a jugar al parque.

En cuanto salimos de casa, Kelly se echó a correr como turbo que tuve que ir tras ella a grandes zancadas. Juan rio entre dientes sorprendido.

— ¿Es muy traviesa verdad?

— Inquieta y acelerada diría yo, pero si, un poco — comenté sonriendo mientras la tomaba de la mano.

— ¿Y qué estas estudiando? — me pregunto con peculiaridad en el tono de su voz.

— Gastronomía.

— ¿Y te gusta?

— Pues sí, no estaría estudiando eso si no me gustara.

— Pero habías dicho que te interesaba turismo.

Fruncí el ceño y le pregunte:

— ¿Y tú como sabes eso?

Él se aclaró la garganta y se rasco la nuca nervioso.

— Por ahí alguien lo dijo...

Lo mire fijo a los ojos. No había sido alguien, bueno si, pero entendí que también investigaba de mis gustos y hobbies.

— Bueno, el caso es que estudio y mi plan es trabajar en un restaurante.

— Qué bueno.

— ¿Y tú?

— ¿Qué si estudio? ¿Yo? — casi lo dijo en tono de burlar para con el —. ¡Nah! Me olvide de eso cuando supe que sería la mejor o única fuente de ingresos de mi familia.

Una mamá imperfecta amada por un Dios perfectoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora