24 // Y si nos rendimos

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Él no puede mantener sus ojos oscuros y salvajes en el camino sobre el volante. Lo sé porque se vuelve a mí de reojo y me mira con singularidad hasta decirme:

— Estuve un largo tiempo sin escuchar de ti — comentó mientras manejaba.

Yo negué con la cabeza cruzada de brazos a su lado, en el copiloto, viendo hacia la ventanilla. Me limito a decir nada porque realmente no sé qué decir. ¿Debería confiar en él? ¿Debería decirle lo que ha sido de mi como si de verdad le importara? Vamos a ver que pasa con la conversación.

— ¿Escuchaste lo que te dije? ¿Por qué no hablas? — pregunta insistiendo.

— Porque no sé qué decir — respondo indiferente.

— Pues solo habla. Dime que te ha pasado. Confía en mí.

Ese "confía en mi" no suena muy indudable.

El silencio de la noche nos inundó dentro del auto y solo Damián le sube a la música del pequeño estéreo. Su música me incomoda, suena regeton y solo escucho a alguien hablando sandeces y cosas que no entiendo. Pronto me empiezo a poner de malas.

— ¿Qué? — me pregunta Damián.

— Nada.

— Dime, de verdad, con confianza...

— ¿Puedes cambiarle a tu música?

Él me mira de reojo con el ceño fruncido. Yo sigo de brazos cruzados y sin devolverle la mirada o el gesto.

— Esa música antes la escuchabas...

— ¡Pues ya no! No me gusta.

— ¡Oh, ya, ya! Entiendo que ahora eres toda una santurrona.

— Ok, si de verdad vas a empezar con tus cosas... — dije tocando el picaporte.

— Hey, tranquila. Necesitas relajarte. Tu puedes ser lo que quieras solo estoy bromeando, guapa.

— ¡Y no me digas guapa! — reclamo poniendo los ojos en blanco.

El suelta una risita burlona y aminora la velocidad cuando nos acercamos a una taquería grande que se encuentra sobre la avenida.

— ¿Cómo ves? Aquí está bien, ¿no? — me pregunta señalando el lugar.

— Pues... — observo aunque el lugar ya es conocido para mí — , he venido a comer aquí con mis papas y están buenos los tacos.

— Ok, entonces aquí. La reina decide.

Chasqueo la boca con desagrado ante su último adjetivo y niego con la cabeza. Presiento que busca algo más y yo solo sé que no se lo daré. Si algo peor pasa, saldré corriendo y gritando del auto o del lugar donde me encuentre a solas con él.

La velada transcurre bien durante la cena. Damián me ha platicado que aún no ha dejado el trabajo en el cine pero que ha conseguido entrar a la universidad UNAM para estudiar arquitectura. Lo felicito, aunque no con mucho entusiasmo y afecto, mantengo mi línea bien marcada mientras conversamos. Él intenta una y otra vez rozar sus dedos sobre mi mano pero yo lo evado a toda costa. En cambio, le platico de que he dejado los vicios y fiestas atrás para centrarme en Dios y en mi hija; el me escucha con atención sin interrumpirme, y añado a mis palabras la manera en como Dios me saco de la drogadicción, aunque con miedo, pero lo hago. Me sorprende la atención que él me pone cuando se inclina un poco más para oírme con firmeza. Sin embargo, le sigo contando. Le doy algunas citas bíblicas que recuerdo para validar lo que le estoy platicando y el sigue quedo, cortés, callado; eso me empieza hacer sospechar que de repente me quedo callada y pido otro refresco.

Una mamá imperfecta amada por un Dios perfectoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora