35. La dicha de ser soltera.

79 29 15
                                    

Tengo el cabello agarrado de un chongo, desarreglado, y debajo de mis ojos yacen unas oscuras ojeras. Mis manos están ya muy arrugadas de tanto estar fregando trastes. Mis pies se han hinchado y me duele la cadera. Y de paso, tengo una pequeña regordeta niña rubia a mi lado, tirando de mi pantalón y gritando mamá.

— ¡Espera Kelly, déjame terminar, ya casi! — le digo por décima vez casi echando humo.

Entre el ruido, la insistencia de mi hija, la lista de pendientes pasando por mi mente haciéndome sentir más cansada y al desborde de una crisis existencial; entro en la conclusión de que debo pausar mi día y sentarme a inhalar aire profundo.

— Mamá, mamá — Kelly insiste debajo de mis pies.

Dejo escurrir los trastes y cierro el grifo, seco mis manos con el trapo de la cocina y cargo a mi niña de casi cuatro años para sentarme a ver caricaturas con ella en la sala, para pasar el rato, para quitármela de encima, para pausar la vida ajetreada y sórdida de la maternidad.

La maternidad no es fácil, apenas y te sientas a respirar o a descansar, y el bebé o los niños demandan atención y necesidades una y otra vez. Apenas estaba tomando aire y relajando los músculos cuando Kelly se estampó encima de mí, mientras observaba y se emocionada por los perritos en la caricatura que manejaban y cantaban.

Estoy agotada.

Sin embargo Kelly se acerca a mí, toca mi camiseta de rayas ya sucia de comida y sudada, sonrió y dijo:

— ¡Princesas, mami! ¡Princesas!

El domingo, cuando estaba poniendo a Kelly en el asiento del coche para ir a la iglesia, Kelly me miró y dijo:

— ¡Eres mi mamá más bonita!

Mi corazón se ensancha y mi rostro se ilumina al oír esas palabras, aunque estoy estresada y cansada. Pienso que ella es tan dulce. Que muchas veces me agarra desprevenida con frases amables, abrazos y besos. Y eso hace que olvide todo. Sabe cómo levantarme el ánimo cuando más lo necesito. Porque estoy fastidiada, porque estoy al borde del colapso, porque soy mamá.

A veces olvido lo afortunada que soy de ser su mamá.

Le sigo dando de mamar porque sé que está muy grande; ya casi cumpliría los cuatro años. Pero siento que me sana y nutre mientras mi piel está conectada a la suya. Me siento plena. Estoy agradecida. Y no me dan ganas de llorar cuando tengo que estar cerca de ella, porque Kelly lo es todo.

(...)

La melena de Kelly se le estaba aclarando y le crecía tupida y hermosa, y la gente a menudo se paraba a observarla de cerca y decir lo guapa que era la niña. Me sentía como pavo real y me daba gusto que también fuera una niña amada por sus abuelos, cuidadores de la guardería y mis amigas de la iglesia. Se había hecho muy amiguita de la hija pequeña de la hermana de Alicia; se llamaba Sonia y la mamá Jimena. Siempre que se veían en los pasillos de la iglesia se sonreían y se tomaban de la mano de una manera muy tierna, y a la vez, empalagosa. Un miércoles que no hubo escuelita dominical, Jimena y yo empezamos a conversar cuando nuestras hijas insistieron en salir en medio del servicio y decidieron jugar en el patio. Al final del día, terminaron forradas de tierra y mugre. Se la habían pasado jugando a los castillos de tierra, y subiendo y bajando en las pequeñas montañas de esta misma.

— ¡Sonia, no! — gritaba Jimena echa un mar de nervios.

— ¡Déjala que jueguen! A veces es bueno dejarlas jugar en la tierra, así no se hacen enfermizas y se divierten más — sugerí tras una sonrisa.

— Tienes razón. Es que soy bien chocosa yo. De verdad, cuando llegue a casa la friega que es quitarle la ropa, sacudirla y bañarla...

— Pero vale la pena — comenté —. Terminará contenta y muy cansada. No te preocupes.

Una mamá imperfecta amada por un Dios perfectoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora