9 // Caída en picada

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Abrí la bolsita, para inhalar el polvo que quedaba mientras sentía un remolino de éxtasis. Me daba una sensación de satisfacción, de recompensa. Había extrañado y anhelado esto antes. Había estado en un ambiente parecido, mis amigos, unos cuantos primos, habíamos ido antes a una fiesta o de antro, y siempre se repartían para ir por joint, crack, dulcecitos o lo que fuera para levantar el ambiente.

Mientras estuve en la fiesta, bailaba y reía. Daba vueltas, y a veces, llegaba Alejandra y otras chicas para unirse a la diversión. No sabía qué hora era, y ya no me importaba. Estaba hecha un caos. Recuerdo solamente empezar con una Lucy en el cielo con diamantes, y de ahí en adelante, no pude parar. Sólo veía luces por todos lados, parecían ondas sonoras que no dejaban de subir y bajar. Mis oídos ya no distinguían entre la música o un rugir, era cosa extraña, pero se sentía tan bien.

− ¡Esta es mi canción! – gritó exasperada una de las chicas que bailaba en el grupo.

Ella corrió a subirle el volumen a la bocina y comenzó a caminar hacia nosotras a grandes zancadas, con una sonrisa amplia en su rostro y moviendo los brazos y la cadera al ritmo de la música.

(...)

Me fui al amanecer muy drogada y desorbitada. Sabía a lo que me iba a enfrentar cuando llegara a casa. Tenía una hija, no podía faltar al trabajo, y esto sería la gota que derramaría el vaso; mis papás iban a estar preocupados, heridos y decepcionados. Les había prometido llegar antes de las 12, y el tiempo voló, que cuando menos me di cuenta ya eran las 5 de la mañana.

Mientras el auto de un tipo al que no conocía nos llevaba a casa, yo me acomode en el asiento de atrás junto a Alejandra, que también estaba totalmente perdida. A los veinte minutos, nos despedimos y me di cuenta de que me quedaría sola con el desconocido en el auto.

− Estuvo buenísima esa fiesta – mencionó Alejandra antes de despedirse.

− Sí, sí. ¿A qué hora entras al rato? ¿Qué turno te tocó? – le pregunte, arrastrando las palabras.

− Mmmm... a las tres. Dormiré un rato, me daré una ducha y comeré. Espero para esa hora estar más fresca que una lechuga.

El tipo en el volante soltó una risotada. Alejandra notó su actitud jocosa y le dio una palmada en el hombro.

− ¡Llévala con bien a casa! Me mandas mensaje cuando estes ahí, linda.

− Si, ya vete – dije riendo.

(...)

¡Pum! ¡Pum! ...

Me rodeé sobre la cama...

¡Pum! ¡Pum! ...

Escuchaba a lo lejos un trompazo fuerte y llano, que, al mismo tiempo, causaba que la cabeza me quisiera reventar. ¿Dónde estaba? ¿Qué había pasado la noche anterior? Solamente recuerdo haber ingerido algo de cocaína, de ahí, mi mente estaba en blanco. ¿Qué había pasado? Ojala no hubiera hecho de las mías, si no si estaba en más problemas de los que ya me había metido. 

Una mamá imperfecta amada por un Dios perfectoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora