15. Desintoxicación

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Al día siguiente fui a presentar mi renuncia al trabajo; Georgina no se lo tomo bien, simplemente me excuse que dejaba todo por problemas familiares, que después le explicaría todo. Firme mi renuncia y me fui a pasos rápidos, evitando las miradas de las demás chicas y tratando de no encontrarme en el camino a Alejandra. Leah me vio de lejos y se despidió de manera entrañable. Yo me limite a sonreír.

Me quitaron el teléfono por tiempo indefinido. Una condena difícil de respetar, porque pronto mamá me lo devolvió en secreto solo para dar señales de vida a mis "amigas", aunque con la condición de mostrarle las conversaciones. Entre esas, ella supo que Alejandra había sido la que me había conducido al mal camino de las drogas. Pero lo supero, lo supere, lo superamos; era solo cuestión de tiempo.

Todo mi mundo giraba entre mi casa, ir a las citas con la psicóloga, ir al médico, y salir al parque con mi hija; eran las únicas personas con las que interactuaba. Por intervención de mi abuela, ya no vieron necesario anexarme, todo sería en casa, pero si las cosas empeoraban iría de inmediato a ser internada. Con Leah comencé, poco a poco, una amistad. En una ocasión, después de platicar por qué deje de trabajar, de escucharme y limitarse a decir: "Dios tiene el control de tu vida", "Dios te ama", vino a mi casa a dejarme un pay de limón que ella había horneado un día antes. Fue un lindo detalle. Y mamá tan llena de gracia y afectuosa como siempre, la invito a comer. Platicamos un poco. Ahí mi madre se enteró que era cristiana y se congregaba en la iglesia más cercana a casa, la que estaba a la vuelta de la base de la estación de camiones.

— ¡Un gusto, Leah! Espero verte más seguido por aquí — insistió mi mamá.

Yo sonreía aunque mis orejas estaban rojas por la vergüenza que mi mamá me hacía pasar, a veces era demasiado, como le puedo decir, amigable que espantaba. Pero Leah no era así.

— Gracias por las albóndigas señora, estuvo delicioso. Y si, si me invita Elena yo con gusto — comento Leah volviéndose a mí.

Un silencio invadió el momento, ambas me miraron con ojos tenaces.

Suspiré.

— ¡Si claro! ¿Por qué no? — mentí.

Nos despedimos con un grato beso en la mejilla, un abrazo firme y sus bendiciones.

Solté una leve risita.

Al cerrar la puerta, puse los ojos en blanco y suspire profundamente, mi madre me miro con recóndito.

— ¿Qué? — pregunté alzando los brazos.

— Leah es una muchacha decente, buena, educada. No sé porque no nos habías hablado de ella o invitado a la casa.

— Por esa razón — dije pasando de largo.

— ¿Cuál razón? — preguntó mi mama entrecerrando los ojos.

— Porque vas a querer que la invite una vez por semana, me obligaras a ser su amiga, me obligaras a ir a sus estudios esos sobre la iglesia, o Dios, o yo que sé. Y luego, para acabar, tendré también que cumplir mi condena en ir a la iglesia una vez por semana; sí o sí.

— Elena, yo no sé porque le echas tanta tirria a eso de ir a la iglesia. De pequeña te llevaba tu abuelita y te encantaba...

— ¡De pequeña, mamá! Antes me gustaba porque te regalan dulces y haces manualidades. Para los jóvenes eso de ser cristiano es aburrido.

Mi mamá se quedó muda. Yo camine a pasos agigantados hacia la sala común donde se encontraba Kelly jugando con los bloques. Me uní a sus juegos, pero mis pensamientos estaban en todo lo que había dicho. Quizá no sea mala idea aceptar la invitación que Leah hizo en la comida hace un momento; ir a la iglesia y probar.

(...)

Eran las dos de la madrugada, la oscuridad invadía mi habitación, y yo me encontraba acostada en mi cama; sudando y temblando de pies a cabeza. Me levante con arcadas y tratando de equilibrarme, me sostengo sobre la pared. Kelly estaba dormida a mi lado. Me volví hacia el baño. Esto es un infierno. Otra vez siento la necesidad de inhalar o fumar. Mi cuerpo me lo exige como a la comida. Siento que mis piernas se están partiendo en dos, pero cuando observo abajo estoy caminando, lento, pero aterrorizada.

— Dios mío, Dios mío, ayúdame — susurró mientras camino hacia el baño.

En lo que me muevo, el sudor cae como agua sobre mis ojos y boca, puedo sentir mi cuerpo húmedo. Quiero gritar pero me contengo para no despertar a Kelly. Siento que voy a enloquecer si esto no sale.

Apenas y llego a la taza del baño y lo saco todo. Tardo minutos en recuperar la compostura. Mis padres están dormidos, la niña está plenamente descansado en la cama, y yo estoy aquí, muriendo por dentro. Sacando literal la basura que yace dentro de mí. Pero aún puedo sentir que falta más. Vuelvo y vuelvo. El estómago se me entume de tanto vomitar y siento que ya no puedo más.

Más tarde, estoy sentada sobre el piso frío del baño, viendo hacia el techo. Mis ojos están llenos de agua y mi rostro húmedo, entre sudor y lágrimas; estoy hecha pedazos. ¿Por qué?

Otra vez el rostro de Jonathan viene a mi mente.

<< ¿Por qué me dejo sola? Y si sabe, ¿Por qué no me busca? ¿No soy suficiente? >>
Llegan esos pensamientos como petardos, así, de repente, y no me resisto a seguir pensando, dándole vueltas al asunto. Cometí muchos errores, y ahora los estoy pagando. No me siento apta para ser la mamá de Kelly. No merezco ser su madre.

<< Leah tiene razón >> 

Una mamá imperfecta amada por un Dios perfectoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora