2// Pañales, leche, ojos llorosos

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Sentimientos de ambivalencia se arremolinan en mi mente como cúpulas de nieve, a la vez; esto es una experiencia hermosa, pero por otro lado; ser mamá a tan corta edad te llena de miedo y ansiedad. Sin embargo, estoy sentada a la orilla de mi cama, con la lámpara encendida, con mi bebe en brazos, en llanto, y para colmo, también yo rompo en lágrimas. Al estar aquí, no estando preparada para los rigores de la crianza, me veo sumida en una crisis existencial. Solo han pasado unas semanas y he ganado ojeras, sueño, mala alimentación, panza, y perdí parte de mi misma. Me siento sola. Aun con la poca o mucha ayuda que reciba de mis padres, me siento vacía.

He recibido consejos como: "ya pasara, solo unas semanas y tus pechos se acostumbrarán", "es solo el principio". Mis pechos sangran y estoy adolorida hasta el cuello. Nadie me advirtió de este dolor físico y mental. ¡Dios ayúdame a soportar esto!

—¡Trata de que pesque tu pezón, Elena! —me reclama mi madre de forma angustiante

—Mamá, hago todo lo que puedo. No me presiones por favor, duele mucho.

Kelly, entre sollozos y alaridos, intenta ingerir la poca leche que me sale. Yo me inclino hacia ella, pero solamente consigo caer más en la desesperación, ni ella ni yo damos una.

—A ver, déjame ayudarte

—No mama, es imposible.

—No te desesperes, solamente acércate más a su boquita.

Mi pequeña lo intenta, pero soy yo la que no aguanta. Sus labios se cierran alrededor de mi piel, pero en cuanto succiona un tremendo dolor me dobla, esto tampoco lo veía venir. Caigo al borde del límite y me niego seguir. Me separo de ella y la recuesto sobre la alcoba.

—¿Qué haces Elena? ¡La niña ya estaba tomando...!

—¡No mama, no puedo! Esto es demasiado.

Mi madre suspira. Kelly sigue llorando en medio de la oscuridad y la fresca velada.

—Por favor, hija, inténtalo, por ella. Ya te acostumbraras y dejara de dolerte.

Chorreaba leche y lágrimas, estaba obligada entrar a un mundo en el que no me sentía preparada.

—¿Y si intentamos darle la formula? —pregunto adolorida.

—No nena, sabes que no lo acepta. Inténtalo, es tu hija, tu niña, tiene hambre.

Suspiro y niego con la cabeza.

Mi vida ya no me gustaba, el ruido de la música que antes me gustaba, los espacios con mucha gente me llegaron a agobiar y mi cuerpo se sentía pesado y cansado. ¿Quién me diría que serían los cuarenta días más largos de mi vida? ¿Dónde estaba Jonathan? Quiero ir a buscarlo, mostrarle lo dolorida, cansada y triste que me siento. No tengo si quiera un círculo de amigos de apoyo. Me siento sola.

En este desconocido espacio llamado maternidad, me abrió camino a una apertura de mi espíritu. Una oportunidad para probarme y estar en contacto conmigo misma, con mis debilidades. Mi mundo estaba al revés. Echa cabeza. Las circunstancias me exigían cuidar de una pequeña de menos de un mes en una rutina que es una montaña rusa, sube y baja. Mientras, mi alma, mis sentimientos se esconden, y a veces, camina lenta y en las tinieblas del miedo y la imperfección de la maternidad. 

Una mamá imperfecta amada por un Dios perfectoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora