47 // Acciones que matan el amor

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Jimena.

Siempre lloró hasta quedarme dormida. Parece que nunca cambiará. No puedo tener su amor por completo. Eso es lo que más me irrita y duele. Me deja sola, destrozada y sin un atisbo de amor propio.

— A mi tus necesidades me valen — interrumpí a gritos en medio de la cocina.

Él me dijo que necesitaba relajarse, buscar una fuga de escape para su estrés, que por eso accedía a salir a pasear o comer con su amigo. Trabajaba mucho pero yo no veía los frutos de ello. Teníamos muchas deudas.

— ¿Qué no entiendes? ¡Mis necesidades son las tuyas! — grito eufórico mi esposo.

La niña a lo lejos está llorando. Mis ojos están hinchados y mi garganta raspa de tanto berrear contra él y sus excusas.

— ¿Entonces porque no pasas tiempo con nosotras en vez de irte con tu amigo Fabián a comer o a jugar fútbol? — le pregunto a queja.

El me mira con los ojos hechos fuego mientras mis lágrimas corren por las mejillas y mi corazón se estruja como un trozo de papel.

Él suspira y suelta:

— ¿Sabes? Iré a caminar y regreso hasta que te calmes. Contigo no se puede hablar.

Él se marcha y azota la puerta.

Me siento sollozando de nuevo, como siempre.

Llevamos juntos cuatro años. Éramos muy jóvenes cuando quedamos embarazados. Él tenía dieciocho y yo diecisiete. No terminamos ni uno ni el otro la preparatoria. De inmediato, por consejo de nuestros padres y de los pastores; nos casamos. Cuando nuestra hija nació todo era color de rosa. Todo estaba en orden. Hasta hace poco, como seis meses; comenzó a portarse de manera diferente. Llega más tarde a la casa, ya casi no cumple con el gasto por lo que no alcanza para mucho, de todo se queja, no juega con nuestra hija, no habla conmigo, solo hemos tenido sexo una vez al mes. Casi no me toca, ni yo a él. He notado que mi libido ha disminuido por su falta de cariño, o quizá, sea la depresión que me consume.

Él prefiere a su amigo Fabián por sobre nosotras. Visitas aquí, fotos allá. No tiene siquiera el descaro de no subir fotos con él en los restaurantes o en las canchas del parque. Estoy harta. Quiero dejarlo. Voy a dejarlo.

— Mami — mi hija tira de mi pantalón a mi lado.

Gruño.

— ¡Hija ahora no! ¿Qué quieres?

Ella hace pucheros. Yo suspiro y la sostengo en mis brazos con brusquedad. Casi no tiene juguetes, no tengo dinero suficiente para comprarle si quiera unos colores y papel para que se ponga a colorear. Apenas y alcanza para poder comprar despensa y un poco de carne. Se viene la renta de la casa y aún no junto ni la mitad de la mensualidad. Yo no puedo trabajar porque no tengo donde dejar a mi hija. Estoy desesperada. Esto no es vida. Ya no. 

Una mamá imperfecta amada por un Dios perfectoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora