Estoy acostada sobre la cama en una bella mañana de febrero. Nubes blancas se desplazan por el cielo azul detrás del ventanal, y desde ahí, puedo ver los radiantes rayos de sol caer sobre la ciudad. Sin embargo, mi madre no está contemplando el clima de afuera como yo; sus ojos están cerrados y veo como su respiración hace que su pecho suba y baje, disfrutando de la corta siesta sobre el sofá. Se nota que lo está disfrutando.
La observo, recuerdo y analizo; ¿Cómo puede alguien decirse mamá después de todo este dolor que experimente hace algunos momentos?, me sentí en medio de una crisis, mis nervios estaban a brote como fuegos artificiales por todo el cielo, y mis gritos, bueno, mis largos y desgarradores alaridos se escucharon por todo el hospital. Qué pena. Pero ante todo eso, ahora puedo sentirme en los zapatos de mi madre, de cierta manera, porque soy primeriza como muchas otras.
Mi madre se sobresalta y abre los ojos cuando escuchamos a lo lejos los llantos de un bebé; que aún está en la incubadora, o dándole de comer, o bañándola, o vistiéndola.
Mi corazón se acelera, y a la vez, se reconforta.
- ¡Mami! – vociferé emocionada -. Mi bebé, ¿es mi bebé la que esta llorando?
- ¡Si! – me contesta mi madre con dulzura.
- ¡Ay sí, mi bebé! ¡Ya quiero conocerla! – mis palabras salen de mi boca entre risas y llantos.
Mamá se levanta del sofá y se aproxima a la puerta, la abre y asoma la cabeza por el borde.
- ¡Disculpe! – llama a una de las enfermeras -. ¿Ya estará lista mi nieta? Ya queremos verla y mi hija está muy entusiasmada.
Oigo a lo lejos la voz de la enfermera.
- Si, señora, ya pronto. Solo que la terminen de bañar y de vestir y la mandaremos en seguida.
- Gracias.
Y entonces, paso el tiempo. Veinte, treinta, cuarenta minutos, y sin poder creerlo, ya estaba hecha un mar de nervios, pero a la vez de mucha emoción. Literal, anhelaba tener a mi bebé entre mis brazos.
Mis pechos pesan y duelen, puedo sentir que mi bebé tiene hambre y como mi cuerpo se prepara para expulsar tanto amor contenido. Entonces, mientras quedo pasmada con mis ojos sobre la pantalla de la televisión, viendo las noticias; la enfermera entra con una pequeña cría envuelta sobre una manta rosa. Mi respiración se agita, las manos me sudan y quiero llorar de felicidad.
- ¡Aaay mi bebé! – exclamo estirando los brazos.
Mi madre sonríe al verme en esta nueva faceta. La enfermera se aproxima y ella llega a mis brazos. Le veo el diminuto rostro; sus ojos son de color avellana – me sorprende la manera en como intenta abrir los ojos -, su pelo castaño claro y suave, y su piel como de muñeca de porcelana. Kelly es todo mi mundo ahora. Y no lo puedo creer, es tan hermosa. Sonrío y mis ojos se llenan de agua.
- Mi bebé, mi chiquita. Que hermosa, que bella – le digo acariciando una de sus mejillas con mi dedo.
Suelto lágrimas de felicidad, sorpresa, o lo que sea estas emociones encontradas; cuando Kelly al oír mi voz intenta abrir los ojos.
Agradezco a Dios por este momento tan maravilloso. Verla en mis brazos, viva y hermosa. Ahora ella se inclina a mi pecho abriendo la boca. Yo emocionada levanto mi bata y le empiezo a dar su respectiva leche materna. Duele, pero es un dolor que vale la pena sentir. Se que con el tiempo me acostumbrare. Mientras, quiero disfrutarla y solo tener ojos para ella. La amo y sé que ella también me ama. Soy su mama y ella es mi hija. Por algo Dios me escogió para ser su mama. De ahora en adelante, se que tengo un compromiso más grande cuidas de mi misma, porque ahora ya no estoy sola, nos tenemos la una a la otra.
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Una mamá imperfecta amada por un Dios perfecto
SpiritualSpin-off de la novela "Amar merece la pena". Elena, es una joven madre soltera, que sufre las altas y bajas de la maternidad. Con apenas diecinueve años , en medio de semejante responsabilidad, ella pierde el propósito de su vida y se marchita día...