41. // Rompiendo el hielo.

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Subimos a la clase de cocina oriental, directo a preparar la clase con el chef. Me cuesta creer que alguna vez aprenda del todo a preparar comidas orientales o italianas, apenas y podía con lo básico, pero véanme aquí estoy; con la expectativa a las alturas y aprendiendo nuevas técnicas de cocina.

La clase se tornó afable con todos los compañeros, incluso con Amaury, que llego a cruzar una que otra palabra con todos los demás compañeros. Claro, conmigo hacia una excepción; ni si quiera se dirigía a mí para pedirme prestado el salero o los cuchillos. Lo observaba sin que se diera cuenta; no es la clase de chicos que saldría conmigo. Es un tío desaliñado, con sus tejanos de dobladillo suelto y siempre usaba unos converse negros o rojos, sus desgastadas camisas de cuadros. En la cocina eran botas, por recomendación del profesor. En clase, advertía que también me miraba, creo que pretende burlarse de mí porque no soy tan rápida y habilidosa en esto de la cocina. Él se convirtió en el mejor y el favorito de la clase. Cuando cocinaba, se transformaba en un master chef, cortaba la lechuga y las verduras de una manera veloz e impecable, asaba la carne en tiempo y forma, tardaba menos de diez minutos en fregar los sartenes y los dejaba relucientes. Ah, y sabía encender el horno, ese era un problema para mí porque me daba miedo y casi nunca quería cooperar en ello. El profesor no me obligaba pero me decía: "Algún día tendrás que hacerlo si es que quieres crecer en esta carrera" "Algún día tendrás que quemarte las mano". Yo me empeñe a evitarlo y solo hacer todo lo demás.

— ¿Has oído a The verve? — preguntó Carlos a Amaury en la cafetería.

Era la primera vez que se sentaba con nosotros. Y todo empezó porque nos habían asignado un proyecto de vida, donde cada grupo de carreras iba a organizar, ejecutar y usarlo como tesis al concluir los estudios. Nosotros habíamos decidido crear un menú especial, donde la comida mexicana y oriental se fusionaban, encontrando sabores exóticos y únicos, solo para paladares flexibles y temerarios. Así que después de asignar responsabilidades sobre el proyecto, Carlos lo invito a sentarse con nosotros. Amaury no se negó.

— Todo mundo ha escuchado a The verve — contesto Amaury poniendo los ojos en blanco y dándole una palmada a Carlos en el hombro.

Él sonrió, y noté que tenía una sonrisa completa, vital y llamativa. Le hacía resaltar sus hoyuelos y sus grandes ojos junto a sus largas pestañas. Parecía de revista. ¿Qué estoy pensando?

— De seguro tu favorita es Bitter Sweet Symphony. Esa la va a bailar mi prima en sus xv años. ¿Vamos?

Carlos se estaba atreviendo a tanto. No había convivido en estos casi cinco meses con él y ya lo estaba invitando a sus fiestas del año.

— Carlos no so sofoques — me atreví a decir.

Amaury me miro con recelo. Sus ojos se posaron en mí con la expresión endurecida. Carlos abrió los ojos como platos.

— No me sofoca, ¿Por qué piensas eso? — preguntó Amaury con voz firme, parecía molesto.

O al menos, eso pensé.

— No, no — mi voz temblaba —, solo decía. Es que casi no hablamos y a lo mejor no te apetece ir a una reunión con ese ridículo, ¿ya lo viste?

Carlos me miro con ojos que matan y me aventó una bola de servilleta en la cara antes de que comenzara a reír.

— Pues el siguiente sábado son los xv años. Si quieres después de ir a la casa de Elena para preparar el proyecto, vamos.

— Si — asintió Amaury.

(...)

Pero al llegar el sábado, por la tarde estaba muy nerviosa y acomode la casa aquí y allá, le pedí a Kelly que se comportara y que se comiera todas sus verduras, mientras barría las hojas del jardín porque ahí estaríamos haciendo el proyecto escolar. Me bebí una cafetera entera del expresso y cargado de mamá.

Una mamá imperfecta amada por un Dios perfectoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora